Maldita frustración II

“La madurez es la capacidad de pensar, hablar y actuar dentro de los límites de la dignidad. La medida de tu madurez es cuán espiritual te vuelves en medio de tus frustraciones”.

Samuel Ullman.

Tiempo aproximado de lectura: 3 minutos. 600 Palabras.

Según los expertos en esta materia, existen tres perfiles a la hora de hacer frente a una situación altamente frustrante:

  • Con agresividad, sacando a flote la ira y descargando contra todo o contra todos. Se trata de un estado de oposición relacionado con la ira y la decepción, que surge de la percepción de resistencia a lo que deseamos.
  • Mediante herramientas de huida, evitación o escape de esas situaciones frustrantes.
  • Con mecanismos de sustitución. Cambiando una situación por otra que no le produzca esa angustia. Lo que casi siempre conlleva altas dosis de autoengaño.

Lo sano sería después de cualquiera de estos tres procesos aprender a aceptar realidades, a pesar de las emociones negativas y las incomodidades que eso conlleva. Algo que no es fácil, pero lo importante es que se trata de una actitud y, por suerte, puede trabajarse y desarrollarse.

Quizá por eso es necesario empezar a trabajarlo desde niño, tratando de no complacerles siempre, para darles la oportunidad de aprender a tolerar pequeños malestares, consecuencia de adversidades sin importancias vitales. Se trata de un proceso equilibrado y guiado.

Aprender a tolerar la frustración es fundamental para el desarrollo de la personalidad, tanto en niños como en adultos. Si no lo hacemos seremos más débiles, al carecer de una buena guía de recursos para afrontarlo.

No debemos rechazar estas situaciones ni tratar de compensarlas para evitar el sufrimiento propio ni el ajeno. Las frustraciones cotidianas son oportunidades para aprender a gestionar emociones. En el caso de los menores, tanto los padres como los profesores debemos acompañar a nuestros niños y escucharles en estos momentos en los que la frustración aparece. También ayudarles a buscar soluciones alternativas que les hagan madurar y seguir adelante.

Como adultos deberíamos asumir nuestras limitaciones y comenzar por liberarnos del egocentrismo, trabajando la empatía con el entorno. Aunque quizá lo más importante sería desarrollar la paciencia, aprendiendo a esperar las oportunidades reales.

Y aún podría continuar la lista de las heridas anodinas… ¿Docenas de pequeñas contrariedades formaban quizá un mal? Nuestro dolor podría ser la suma de las naderías en las que hemos fracasado.

«Estoy mucho mejor» (2013), David Foenkinos

Por eso precisamente es tan difícil trabajar la frustración en los niños, porque no tienen dominio del concepto de tiempo y no saben esperar. Tampoco son capaces, por si solos, de pensar en los deseos y necesidades de los que les rodean. Y esto, en numerosas ocasiones no mejora en los adultos, por absurdo que parezca. Vivimos en una sociedad ahogada en un ego dolorido.

En esa clave reside la importancia de entrenar desde niños (y seguir entrenándonos a nosotros mismos) en la tolerancia a la frustración. Para evitar frustraciones más duras tanto en el presente como en el futuro.

Pero, una vez generada la frustración, nos encontraremos con reacciones agresivas, rabietas o llanto fácil (si, en los adultos también). Personas y personitas altamente demandantes que solicitan las cosas con exigencia o buscando respuesta y gratificación inmediata. Perfiles impulsivos e impacientes.


Niños y adultos que abandonan tareas, proyectos o deberes al menor fracaso. Personas a las que les invade un fuerte sentimiento de inseguridad, a las que les cuesta manejar las emociones, poco flexibles, con dificultad para adaptarse a los cambios y con perpetuos estados de ansiedad, ira o agresividad que terminan por convertirse en una constante en su vida.

La frustración es un estado emocional interesante, porque tiende a sacar lo peor de quien está frustrado.

«El ventanal» (2000), Daniel Handler

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