Hace unos días nos encontrábamos en Madrid, en la XIII JORNADA PARA ORIENTADORES ESCOLARES, que en esta edición nos invitaba a reflexionar sobre cómo educar las emociones.
Para nuestra sorpresa, sus pretensiones aterrizaban justo en nuestras emociones como orientadores, o maestros, como parte fundamental para poder gestionar las emociones de nuestros alumnos. Y la verdad, ya venía haciendo falta alguien que pensara en eso.
Con esa reflexión comenzaba la jornada, con la ponencia de Roberto Aguado, psicólogo clínico, profesor de la UNED y autor de «Es emocionante saber emocionarse», que en cuestión de segundos casi consigue convencerme para comerme un rana cruda y podrida en medio de un nauseabunda gelatina verde pastosa. Y sí. Tal y como lo planteó les aseguro que allí, en medio de la multitud, logró que yo estuviera tentada a probarlo. Pero de momento, les dejaré con la curiosidad.
Así, partí del asco que al principio me provocó aquella rana para entender que no existen emociones negativas. Existen emociones ajustadas o desajustadas a las situaciones que vivimos.
Iremos por partes. La inteligencia emocional se comenzó a investigar a principios del siglo XX, pero no ha sido hasta la explosión de las inteligencias múltiples, ochenta años después, que ha conseguido un papel fundamental en nuestras escuelas. Pero si hablamos de emociones, no podemos pasar por alto a Goleman.
En 1995, Daniel Goleman con la publicación de «Inteligencia emocional», que se convertiría en un best seller mundial, abrió las puertas a una nueva dimensión afectiva que llegaría hasta nosotros para cambiar el rumbo de la educación. Aunque debemos aclarar que la versión original pertenece a Salovey y Mayer, definiéndola como la habilidad para manejar los sentimientos y emociones, discriminarlos y utilizarlos para dirigir los propios pensamientos y acciones. Por tanto, se convierte en un “pensador con corazón” (“a thinker with a heart”) que percibe, comprende y maneja relaciones sociales.
Parece entonces que la alegría, la sorpresa, el miedo, el asco, la rabia, la culpa y la tristeza, activadas por nuestro sistema límbico de manera bastante divertida, son las que rigen nuestro mundo. Aunque los humanos aun sigamos teniendo la noble tendencia de darle más importancia al pensamiento, quizá porque somos la única especie que piensa, cuando parece que lo que nos rige en cualquier situación de la vida son nuestras emociones.
Lo curioso es que, a pesar de saberlo, seguimos empeñados en gestionar nuestros sentimientos desde lo cognitivo. Pero sin éxito. Porque nuestras emociones secuestran nuestro razonamiento y el sistema límbico empieza a tomar decisiones por sí mismo. En pocas palabras, tal y como Aguado lo describe, la emoción decide y la razón justifica. Primero sentimos y después nuestra razón justifica lo que hemos sentido.
Nada más. Y nada menos. Ahora solo queda saber cómo debemos gestionar nuestras emociones y Roberto Aguado, valientemente, se adentra en este universo para compartir con nosotros pequeñas pautas para mover nuestra curiosidad.
Las emociones, con sus componentes bioquímicos, neurológicos, psicofisiológicos, comunicativos y gestuales nos ayudan a adaptarnos al entorno. Y parece que sus rasgos físicos son universales:
- La sorpresa, fácilmente distinguible por unos ojos bien abiertos y una boca profundamente expresiva con una mandíbula ligeramente caída.
- El miedo, que lo delata un ceño fruncido al acercarse las cejas levantadas y una comisura derecha ligeramente elevada.
- La rabia, con el mentón como una flecha, mirada fija, cejas juntas y hacia abajo y tendencia a apretar los dientes.
- El asco, que muestra su aversión con la nariz levantada y arrugada para impedir la entrada del olor, los ojos cerrados para no ver las imágenes, los poros de la piel cerrados, etc. Todo con el fin de evitar cualquier repugnante entrada.
- La alegría, activada en el núcleo acumbens, se produce con una contracción desde el pómulo al labio superior y del orbicular que rodea al ojo con elevación de las mejillas. ¿Pero qué vamos a decir de la alegría? Como dicen, ¡La alegría es alegre cuando te visita, no cuando la buscas!
- La tristeza, con sus párpados superiores caídos y unas cejas anguladas hacia arriba, mientras los labios se estiran de forma horizontal.
- Y la culpa, con su labios ocultos para tapar «su delito».
Como mínimo podemos llegar a la conclusión de que los labios son una gran fuente de información de los sentimientos. Aunque, y aquí está la cuestión, Aguado propone la existencia de tres emociones más :
- La curiosidad, como aspecto fundamental del motor del aprendizaje.
- La seguridad, con su cara simétrica, dando ejemplo de belleza con el labio en correcta posición, sin distensión ni tensión.
- Y la admiración, haciendo única a la persona admirada. Ya se sabe que cuando contemplas no puedes criticar. Es por lo que llegamos al estado de paz.
Todos sabemos que la mala gestión de las emociones está implicada en trastornos como la depresión, la ansiedad o los problemas sociales derivados de una personalidad agresiva. Hoy sabemos que en los trastornos psicosomáticos, como los que afectan a la piel o el estómago, puede tener un importante papel la represión de las emociones. Pero, ¿es posible entrenar las emociones?
Todos en general, y los educadores en particular, debemos estar emocionalmente capacitados para poder afrontar saludablemente las emociones de nuestros alumnos. De otra manera, será imposible.
Nuestra lógica emocional no tiene nada que ver con la razón. Tener un chute de dopamina es agradable, pero no rentable, porque no nos deja pensar…. Y ahora les pregunto: si alguien nos contara que la rana es un tipo de masa pastelera crujiente elaborada por uno de los mejores chef del momento con tal realismo que pareciera una rana de verdad, en medio de alguna salsa dulce tipo fusión que lo convirtiera en uno de los más suculentos platos del momento servido en el más selecto lugar de restauración, … entonces, ¿desaparecería nuestra sensación de asco y nos atreveríamos a probar lo que hace sólo un rato nos provocaba tanto asco?, ¿qué ha cambiado si sigue siendo el mismo plato?
En la próxima entrada, hablaremos sobre ésta y otras cuestiones para darle vueltas a cómo entrenar nuestras emociones con ejemplos más concretos y prácticos. Aprovecho la ocasión para dar las gracias a Roberto Aguado y Aritz Anasagasti, psicólogo especialista en Psicoterapia, por ofrecernos un magnífico taller sobre el modelo «VINCULACIÓN EMOCIONAL CONSCIENTE (VEC)», por demostrarnos que es posible entrenar las emociones. Y, cómo no, a mis pequeños artistas, que han querido colaborar compartiendo con nosotros cómo ven las emociones. ¡Gracias Juanitos y Juanitas!