Decía Nietzsche que los pensamientos vienen cuando ellos quieren, y no cuando nosotros desearíamos. Nuestras emociones tampoco. Pero, ¿es posible gestionar las emociones? ¿Podemos enseñar a gestionar emociones?
Desde la primera vez en que un niño frunce las cejas, sonríe, o rompe su llanto, las emociones se convierten en parte esencial del ser humano. Sabemos que la emoción es algo natural y saludable. Aprender a convivir con las propias emociones y con las emociones de los demás es una de las lecciones más importantes de la vida.
He de reconocer que últimamente ando más centrada en las emociones de los demás que en las mías propias. Partícipe de las buenas noticias que producen la mayor de las alegrías en algunos amigos; de momentos duros para otros, incertidumbres, pesares, luces o sombras, tanto de los mayores como de los más pequeños, no he podido evitar darle alguna vueltecita. Nada en profundidad, pero a veces las cosas más simples son las que mejor funcionan.
Explicábamos en la entrada anterior cómo reconocer las emociones, y para que sea posible, debemos tener presente los pasos más importantes en el “entrenamiento emocional”: tener conciencia de las emociones, entender los estados emocionales como oportunidades, escuchar con empatía y validar las propias emociones y las ajenas; y en el caso de la educación, acompañar al niño en el proceso de resolver problemas del día a día.
¿Decidimos nuestras emociones?
Algunos especialistas creen que tenemos el control pleno sobre nuestras emociones y otros creen que no hay posibilidad remota de esto. Yo tengo una opinión intermedia al respecto. Lo que sí creo es que la forma en que interpretamos las emociones puede cambiar la forma de cómo las vivimos. Sabemos que una misma situación, cada persona la gestiona de manera diferente. ¿Genética, o herramientas aprendidas?
Lo cierto es que nuestro cuerpo nos proporciona la energía para reaccionar ante algo, pero cómo usamos esa energía lo decidimos nosotros. Lo vemos en el día a día.
¿Podemos evitar sentir esas emociones?
No. Las emociones tienen un estricto sentido biológico de supervivencia. Por eso es tan difícil controlar mediante la fuerza de voluntad el origen de tus emociones. Es decir, este tipo de respuesta son necesarias. Pero lo que sí es importante es que esté correctamente regulada, evitando que, bien se dispare en situaciones donde no existe una amenaza real, provocando ansiedad; o bien, no se calme con el paso del tiempo, dando lugar a un trastorno tan serio como es la depresión. Puede dar lugar a fobias, adicciones o problemas de personalidad. Pero, bien gestionadas, nos puede llevar al camino de la seguridad, la serenidad y a mantener relaciones inter e intrapersonales emocionalmente saludables.
No podemos evitarlas, pero sí podemos aprender a actuar “antes de”. Aprender a detectar las señales que nos indican que vamos camino de perder el control emocional. Esta será la única manera de intentar minimizar la explosión descontrolada de nosotros mismos. Esa reacción en cadena aparentemente imposible de parar.
Ya hablamos de los diferentes tipos de emociones básicas que han ido evolucionando. Y sabemos también que las negativas son inevitables. Si todo va mal, difícilmente se podrá dejar atrás la sensación de miedo o tristeza. Incluso puede que estas emociones perduren un tiempo después. Sin embargo, es curioso, que las emociones positivas suelen desaparecer en el tiempo más rápidamente. No importa cuánto dinero ganes, lo bien que te haya salido un proyecto o lo enamorado que estés: las emociones positivas terminan disminuyendo. Incluso, algunos estudios han llegado a comprobar que la tristeza puede durar hasta 4 veces más que la alegría.
Pero, ¿qué podemos hacer entonces?
Lo primero, parar un segundo. Respirar profundamente durante 5 segundos. Respirar, obviamente, no solucionará la situación, pero te ayudará a pensar más positivamente. Las emociones nacen en un plano inconsciente para luego pasar al terreno consciente, donde las percibimos. Por este motivo, cuando somos consciente de ellas ya suele ser demasiado tarde. Pero buscar la parte positiva de cada situación sí que puede evitar que sigas auto-saboteándote aun más. Si en lugar de pensar “No puedo, no soy capaz” empiezas a pensar “Es difícil, pero lo puedo intentar” comenzarás, al menos, con una actitud más positiva que te llevará a ser más creativo en la búsqueda de posibles soluciones.
En definitiva dependiendo de qué emoción es la que nos asalta, vendrá bien una estrategia u otra. Pero de manera general:
Intenta recordar virtudes y éxitos. La reafirmación en nuestros puntos fuertes es una de las mejores estrategias para gestionar tus sentimientos. Consiste en pensar en lo que te ha provocado esa emoción pero reduciendo su significado negativo. La próxima vez que sientas que pierdes el control sobre tus emociones, recuérdate a ti mismo aquellas cosas de las que te enorgulleces en tu vida. Ayudará a quitarle peso al asunto. Te propongo la estrategia de imaginarnos nuestra vida como una sala de cine donde aparece en pantalla gigante nuestro “problema”, y en la esquina inferior derecha de la pantalla, una imagen pequeña del momento más feliz de nuestra vida. Como en un clic de ratón, podemos cambiar la posición de las pantallas. Hacerlo repetidas veces nos lleva a que, después de un rato, nos quedemos con la imagen más feliz en pantalla total.
Distrae tu atención hacia un asunto concreto. Usar la distracción para bloquear estados emocionales en el momento que se están fraguando, cuando empezamos a experimentar emociones intensas resulta muy eficaz. Es como el tiempo fuera. Nos da tiempo para manejar lo que sentimos, al desvincularnos de la emoción negativa, centrando la atención en pensamientos neutrales. De esta forma conseguiremos que la emoción pierda intensidad.
Piensa en mañana. Las emociones muy intensas pueden hacernos olvidar las consecuencias. La frustración es tan egocéntrica que no nos deja pensar en nada más, pero sé sincero: ¿seguirás sintiendo eso dentro de una semana?
Recuerden el experimento en que los niños eran capaces de resistir la tentación de comer una golosina a cambio de recibir una recompensa mayor. Los resultados de este estudio longitudinal decían que los niños que lo consiguieron, lograron mejores trabajos en los años venideros porque eran mejores gestores emocionales.
Nos preocuparemos más tarde. ¿No te han dicho nunca que dejes de pensar en lo que te preocupa o te ha hecho sentir mal?, ¿Eso ha solucionado el problema? Seguramente no. Si te digo que dejes de pensar en el color azul, lo que conseguiré de forma inmediata es que precisamente pienses en el color azul con mayor intensidad. Intentar suprimir una emoción o pensamiento provocará que lo pienses con más fuerza. Pero posponerlo para más tarde sí puede funcionar. Se trata de una forma alternativa de evitar pensar en algo, pero curiosamente, tras ese período de pausa, la intensidad de la emoción es menor.
Te conoces mejor que nadie. El autoconocimiento nos permite tomar conciencia de nuestras propias emociones: qué siento, cuándo, cuánto y porqué lo siento. Ponle nombre. Es el primer paso para tener el control. Lo importante es ser honesto contigo mismo sobre el por qué. La clave es “DETECTAR, ACEPTAR Y GESTIONAR”, porque todas estas habilidades, en definitiva, llevan a una mejor capacidad para relacionarse con la gente, para liderar, trabajar en equipo, ser más productivos… en definitiva, ser más felices.
Practicar deporte. No creo que haga falta entrar en detalle. Pero quienes lo practican con frecuencia, coinciden en que hacer deporte ayuda a diluir las emociones menos deseables y liberar endorfinas.
Cuando todo falle, busca un espejo. Por muy sorprendente que parezca, puede ser útil para aplacarte. Cuando te ves a ti mismo reflejado, te das la oportunidad de observarte desde una perspectiva más objetiva, separándote unos segundos de tu propia emocionalidad. ¡Pruébalo! Al principio te sorprenderá la expresión que ves, luego te sorprenderá lo que eres capaz de hacer.
Siempre en el espejo. Cuanto más consciente seas de lo que estás haciendo, más capacidad de controlar tus emociones tendrás. Y observarte en un espejo incrementará tus niveles de autoconsciencia y te ayudará a comportarte de forma más sociable.
Con los niños (y con los no tan niños) también funciona empezar a hacer “caras”. Por muy triste que esté, cuando jugamos a sonreír, o a reír a carcajadas exageradas, la cosa empieza a cambiar. Aunque esto requiere, normalmente, de otra persona que te ayude.
Otra técnica que funciona con ellos es la de las “máscaras”. Ponerse caretas de un estado de ánimo que no es el suyo, les lleva a sentirse así de forma instantánea. Te recomiendo que lo pruebes.
Como conclusión, algo que es importante no perder de vista: nunca es tarde para empezar a gestionar nuestras emociones. Y debemos procurar no tomar decisiones permanentes sobre emociones temporales.