Mi querido yo: ha llegado el momento de hacer algo de terapia contigo. Tan conocido, tan cercano, tan uno mismo; pero ¿qué significa el ego exactamente?
Llamamos EGO a una instancia psíquica por la que el individuo se reconoce a sí mismo como un “yo” y es consciente de su propia identidad. Se trata de un punto de referencia que media entre la realidad del mundo exterior, los ideales del “superyó» y los instintos del “ello”.
Desde el psicoanálisis de Sigmund Freud, el ello está compuesto por nuestros deseos y los impulsos. Se trata de nuestra parte más irracional. El superyó, en cambio, está formado por la moral y las reglas que un sujeto respeta en la sociedad; la parte racional que aprende y asume con la experiencia y la educación formal y no formal. Por último, el yo (ego) toma el papel protagonista para asumir el equilibrio que permite que cada persona pueda satisfacer sus necesidades dentro de las normas sociales establecidas.
Menuda tarea la del ego que, a medida que evoluciona con la edad y las experiencias vividas, intenta cumplir con los deseos del ello de manera realista, conciliándolos con las exigencias del superyó, que ya sabemos que no son pocas. Y puesto que el yo irá cambiando con el paso del tiempo y de acuerdo al mundo externo, deberíamos prestarle atención a esa evolución, si tenemos en cuentas las repercusiones posteriores en nuestra salud emocional.
El yo está constituido por los valores, creencias, patrones de conducta heredadas y adquiridas en nuestra familia, el entorno escolar, el terreno laboral, los amigos,etc. y los atributos psicológicos que moldean al individuo que creemos ser. A lo largo de nuestra vida vamos empapándonos de costumbres mentales y emocionales que van instalándose como respuestas de conducta automáticas que terminamos por considerar como propias.
Si vas a presentarte ante alguien, te definirás enumerando tu nacionalidad, tus apellidos, tus títulos, tu profesión, tu estado civil, tu religión, un partido político, tu forma de ser, aficiones, manías, tus creencias, preferencias, hasta tus ideales? Todas esta lista de “cosas” son los componentes del ego. Pero son elementos que hemos ido agregando sobre nosotros mismos con el tiempo. Ninguno de ellos nos pertenece en el sentido natural. Y la consideración de que cada uno de esos elementos sea adecuado o no, dependerá en muy gran medida del entorno en el que nos encontramos.
El ego necesita continuamente dar buena imagen ante la sociedad. Es como una ilusión que supone un primer paso del propio reconocimiento para experimentar alegría o culpabilidad. Por eso, sería útil tener en cuenta que, aunque en el exterior el ego actúa siempre tras un mismo individuo, en el interior pelean una manada de «yoes» diferentes. Esto es interesante porque cada parte del ego puede contemplarse como si fuera una persona independiente que posee sus propios deseos, principios, pensamientos, estados de ánimo y sentimientos. Y por tanto, nuestras expresiones variarán según el yo que esté activo en ese momento. Expresiones del yo emocional, el yo abatido, el yo entusiasta, el yo cobarde, el yo amigo, o el yo bohemio. Cómo percibimos, sentimos y gestionamos la realidad de cada momento está condicionado sutilmente por el yo que experimenta esa realidad momentánea, así como las emociones o sentimientos que se generan como consecuencia.
Por suerte, nuevas influencias y nuevas impresiones modifican nuestros estados psicológicos, generando en la maleta de nuestro viaje vital egos de ambas polaridades, con frecuencia contradictorias, que se manifiestan a intervalos momentáneos haciéndonos sentir ánimo y desánimo, alegría y tristeza, atracción y repulsión, etc. De ahí que en ocasiones mostremos comportamientos tan contrarios.
Cuando nos encontramos dominados por nuestro ego, la opinión sobre nosotros mismos está distorsionada. El verdadero “yo” se aleja y entonces conocerse a uno mismo se complica. La precaución de todo esto debería estar en que cuando nos identificamos con el ego lo consideramos como una realidad única, preocupándonos por la satisfacción de nuestra imagen personal como fin único. De ahí el “ego”ísmo, la comparación con otros egos y, como consecuencia, la identificación con valores que a priori parece que causan sensaciones placenteras. Entonces, toda nuestra vida se centra en conquistar este tipo de ideales, posiciones, posesiones, placeres, ganancias y terminan por agotar nuestra conciencia, nuestro tiempo y nuestra energía. A veces, hasta nuestra salud.
Cuando quedamos inmersos en el ego, nos centramos en nosotros mismos y comenzamos a creer que todo el mundo gira a nuestro alrededor. Se genera dependencia y ansia (a veces, ansiedad) que nos afecta produciendo insatisfacción, insensibilidad y vinculándonos a un proceso gradual de involución. Dejamos de ver, valorar y apreciar las cosas como son y las juzgamos por medio de prejuicios, aprendizajes y sentimientos subjetivos que nos llevan hasta el temor o la preocupación al aferrarnos a juicios errados y falsos puntos de vista. En esta dura carrera por la realización del yo podemos llegar a desarrollar comportamientos psicológicos compulsivos como la envidia, la ambición, la soberbia o el temor.
El ego no es nada más que la totalidad de las impresiones que se han juntado a lo largo de la vida de un individuo. Todos somos pequeños egos, somos manojos de impresiones creadas a lo largo del tiempo. Pero lo cierto es que aunque no lo parezca, el ego es un aliado, no el enemigo. En su forma más pura, un juicio es simplemente una evaluación y una conclusión y no hay nada inherentemente bueno o malo en el hecho de juzgar. Aunque no debemos perder de vista que en algunos momentos tenemos el poder para determinar si nuestras conclusiones son realistas o no; si son saludables, o no. Hacer un análisis y un juicio es necesario. Pero si en la conclusión de nuestro juicio, condenamos, entonces hemos traído a nuestro juicio un aspecto del ego poco saludable. El ego no es más que nuestra naturaleza humana. Cuán saludable y funcional lo vamos desarrollando simplemente depende de nosotros.