Hoy han llegado flores para ti!

 

Con frecuencia confundimos dos conceptos fundamentales: autoconcepto y autoestima. Pero, ¿qué se esconde realmente detrás de estas dos palabras? ¿ por qué es tan importante gestionarlos correctamente en el proceso de desarrollo emocional de un niño?

– El AUTOCONCEPTO se refiere a la percepción que una persona tiene de sí misma. Es la  propia versión de la descripción que hacemos de nosotros mismos.

– La AUTOESTIMA es el valor que damos a esa imagen. La estima que nos tenemos por ser como somos.

Así definido parece fácil, pero la autoestima es uno de los aspectos más importantes en el desarrollo del niño. Puede ejercer una importancia fundamental en su aprendizaje o en su comportamiento. Un niño que no se aprecia a sí mismo, que se percibe como alguien que no merece el afecto de los demás o no se siente útil, que se percibe inferior a los demás, difícilmente podrá lograr un desarrollo adecuado en cualquier faceta de su vida. Sin  esa confianza, sin ese afecto por sí mismo no desarrollará las habilidades sociales necesarias para relacionarse de forma saludable con los demás.

El papel de los padres y el de los profesores ejerce una influencia infinita, ya que los comentarios, actitudes y sentimientos que les generemos contribuirán a que se haga una idea ajustada o no sobre sí mismo.

Y aquí es donde está la cuestión. No hablamos de una buena o una mala autoestima, tal como se suele creer. Sino de una autoestima ajustada o desajustada. Tener demasiada autoestima puede ser tan perjudicial como tener una pobre autoestima.

¿Podemos hacer algo por contribuir en la estima saludable de nuestros pequeños?  Si confías en él, si le permites ver sus progresos, si le apoyas en las dificultades sin eliminárselas, si le ayudas a asumir sus propias debilidades y a reconocer sus talentos… entonces su autoestima será ajustada y se sentirá seguro, lo que le llevará a sentirse confiado cuando interactúe con los demás.

Nosotros deberíamos permitir que él compruebe por sí mismo qué es capaz de hacer, y para ello precisa acción: tener sus propios aciertos y sus propios errores. En este sentido, no cabe protegerle en exceso por miedo a que se haga daño. Aprenderá a realizar muchas actividades si se lo permites. Si no hace nada, nunca tendrá la oportunidad de comprobar por sí mismo que lo puede hacer o mejorar. Si lo haces tu por él, entenderá que tu lo haces porque no confías en que él lo pueda hacer bien.

Debemos observar cuidadosamente la forma en que interpreta sus éxitos y sus fracasos. Si le quitas importancia al esfuerzo que el niño está realizando para aprender a realizar cualquier tarea, le estás enseñando a hacer una interpretación inadecuada de lo que es capaz de hacer. Para un niño muchas de las actividades a las que se enfrenta por primera vez son difíciles, aunque a nosotros no nos lo parezca. La mejor opción es hacerle entender que hay cosas sencillas y complejas y que depende de cada persona, del esfuerzo que se invierte, de la motivación por lograrlo, de las ganas de mejorar. Pero también debe crecer aprendiendo que los fracasos o los errores son oportunidades para aprender. Cuanto antes empiece a entrenarse, antes manejará el noble arte de «fracasar con excelencia». Pero esto lo dejaremos para otro momento, para una nueva entrada.

Todos sabemos que la primera imagen que tu hijo tiene de sí mismo es la que le has proporcionado en el ambiente familiar. Poco a poco, con la edad se va ampliando el radio de acción. Al llegar al colegio, será con el profesor con quien comienzas a compartir esa referencia para tu hijo y por tanto colaborará contigo en el desarrollo de la autoestima del niño. La visión que de él tiene el profesor puede ayudarle a reforzar la que ya había adquirido en casa , irla transformando y en el mejor de los casos, mejorándola.

Más tarde, los compañeros van a ocupar su hueco. Al principio su influencia es mínima pero, más o menos sobre los 7 u 8 años aproximadamente, tu hijo empezará a compararse con los demás, valorando si lo hace mejor o peor que sus iguales.

Llega el duro momento donde debe aprender que cada uno tiene sus «talentos» especiales.  Pero no siempre ocurre de manera natural. Aquí hay que estar pendientes y llevar un buen acompañamiento, para evitar posibles desajustes. Para trabajarlo desde la escuela, me gusta dedicar un ratito para que mis enanos siembren, recojan y regalen flores.

Se desesperan para que les llegue su turno. Y es que,  ¿quién no quiere oír las cosas buenas que piensan los demás sobre uno? Entre flores, halagos, y más lindezas pasamos una buena tarde.

La dinámica se puede improvisar, pero normalmente nos sentamos en la asamblea y colocamos al frente al «elegido», como el gran protagonista del momento; pero al mismo tiempo acompañados físicamente (aunque sin demasiada intervención) por la figura de la profe, para que se sienta protegido, ya que a veces no resulta fácil exponerse ante los demás. De forma espontánea cada niño le irá regalando su «FLOR» en forma de piropo o halago.También se puede hacer por escrito para que cada niño pueda conservarlo y recordarlo de vez en cuando.

Las sonrisas van creciendo por segundos. No solo la del que recibe «flores», también de los niños que intervienen porque sienten que están haciendo sentir bien a un compañero. Trabajamos así la empatía y el saber alegrarse por los demás.

Al terminar la ronda de florecillas, cada niño debe explicar cómo se siente, además de comentar cual de sus flores le ha sorprendido más  y porqué. Para terminar, la profe le regala su flor, siguiendo solo una norma: no debe hacer referencia a lo académico. Merece la pena ser original y profundo. Probablemente, sin darnos cuenta, estaremos dejando esa «SEMILLA» sembrada en su memoria durante mucho tiempo.

                                                           «El poder de saber que si puedes… Es lo que te hace capaz «

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