Alvin, dichosa ardilla

Alvin es una ardilla que llegó a su casa hace ya unos cuantos años para hacerle compañía en un momento difícil de su vida. Un animalillo sin mucha importancia que transitaba por la vida en un barquito de papel, con los peligros, debilidades, alegrías y aventuras que eso conlleva. Aunque a pesar de eso conseguía llegar a puerto. Incluso, a veces, a buen puerto.

Él, aunque admirado por muchos, se ha sentido muchas veces solo, está deseoso de sentirse acompañado; y una ardilla le parece que es bastante fácil de cuidar, porque en realidad parece que se cuiden solas.

Alvin lleva consigo esa chispa de fantasía que a todos nos hace falta a veces en la vida. Alocada, ingenua, impaciente, deseosa de vivir una vida como si no hubiera un mañana. Pero también arrastra sus tormentas, lo que a veces le hace navegar por aguas turbulentas en su pequeño barquito de papel. La verdad es que no sé porqué lo hace o si no sabe evitarlo, pero lo cierto es que de ahí ha ido llenando su maleta de estrategias para sobrevivir y eso le ha hecho una ardilla diferente. Y aunque él lo sabe mejor que nadie, a veces lo olvida.

En la casa en la que vive la quieren, la cuidan, la miman, la alimentan bien y aunque no siempre le hacen todo el caso que a ella le gustaría, no podría estar en un lugar mejor. En ese hogar está a salvo de cualquier cosa. Después de cada travesía, agitada o tranquila, tiene allí un lugar seguro al que siempre volver, por muy negro que pinten las cosas. Alvin se siente profundamente protegida en ese hogar, algo que no suelen sentir las de su especie. Y por eso es la más feliz del mundo, aunque como es una simple ardilla no suele caer en la cuenta de eso.

De un tiempo a esta parte, Alvin está algo mustia, poco presente, como si fuera enfermando poco a poco. Su dueño tiene miedo a que Alvin se vaya algún día para siempre y no vuelva a navegar en su barquito de papel, que deje de hacer ruido corriendo pasillo arriba, viendo absorta cualquier película acurrucada bajo el edredón, jugando por la casa o comiendo frutos secos ( aunque Alvin siempre fue de buen comer y le gustaba comer de todo).

Incluso diría que a veces echa de menos hasta cuando Alvin hacía ruidos poco agradables para el oído. Porque aunque sea una pequeña ardilla, rechina y castañea con energía cuando algo no le gusta. Aunque a decir verdad, fue siempre poco rencorosa y se le pasaba rápido el enfado.

Si bien no se ha ido todavía del todo, su dueño empieza a echarla mucho de menos. Es consciente del dolor que se avecina por su pérdida. Nunca se imaginó que aquella pequeña ardilla juguetona se hiciera tan presente en esa casa, hasta el punto de convertirse en alguien esencial por ridícula que fuera su importancia.

En medio de toda esa añoranza y melancolía de tiempos pasados, descubre cuantas cosas buenas traía Alvin consigo, aunque sólo fuera una simple ardilla.

Su primera sorpresa fue descubrirse a sí mismo profundamente desolado por la inminente despedida que les acechaba, a causa de su debilitamiento y su empeoramiento.

Incluso le cuesta aceptarse a sí mismo echándola tanto de menos, nunca se sintió tan indefenso por una vulgar ardilla. Y es que a fin de cuentas, su misión en la casa era mucho más que la simple compañía: se trataba de su permanente mirada de reojo, de sus juegos, de un amor incondicional aunque a veces las cosas se pusieran feas, de poder mostrarse con total transparencia sin miedo alguno a sentirse juzgado, de complicidad infinita, de entenderse sin necesidad de hablar, de conocerse mejor que a si mismo. Se trataba de ese puerto seguro que todos necesitamos (aunque no lo reconocemos), ese soporte vital al que siempre acudir cuando nos sentimos perdidos y la vida te pesa. O al que ir a parar también cuando la vida es dulce y hay que celebrarlo. Donde él encuentra su amparo y su eje de coordenadas.

Incluso pensó en sustituirla por otras ardillas, pero por más que lo intentó, nada era lo mismo. Ya no era cuestión solo de compañía.

Entonces se dejó arrastrar por el desconsuelo profundo que conllevan las despedidas que no queremos que ocurran nunca. Aunque Alvin seguía allí, a su lado, apareció la pena, el luto, el desasosiego … y en medio de ese dolor, descubrió la verdadera alegría de lo que significa amar de verdad (aunque solo fuera una ardilla) y la experiencia de que algo te importe tanto como para generar semejante dolor.

Y entre el mayor de sus desconsuelos, contradictoriamente, se sintió feliz y agradecido por tanto dolor. No podía significar otra cosa que el haberla querido tanto y haberse sentido tan profundamente amado por ella.

En medio de tanta ruina, de tanta escabechina, de tanta guerra, de tanto desasosiego, de tanta incertidumbre logró reconocer el mejor sentimiento del mundo: la gratitud por encontrar lo que ansiaba.

Al fin y al cabo, no todo el mundo encuentra la capacidad y la suerte de amar tan profundamente en esta vida. A pesar del dolor.

Así fue como el dolor convivió con la gratitud.

Y a pesar de todo lo malo y la profunda amargura que estuviera sintiendo estos días por culpa de la despedida inminente, se alegró de haber compartido tan buenos momentos, de haber sentido más amor que nunca en su vida, de haber envejecido a su lado. Tanto que hasta el dolor empezaba a merecer la pena.

Quien descubre ese sentimiento, disponible solo para selectos corazones, sabe que no encontrará nada que lo iguale. Nada que lo sustituya. Pero aún así siente la fortuna de haberlo vivido, al menos, alguna vez en la vida.

Sin duda, seguía deseando con todas sus fuerzas que Alvin se recuperara, aunque fuera lentamente, aunque no se quedara bien del todo. Era tanto lo que quería a esa «dichosa ardilla«, que estaba dispuesto a quererla con sus cicatrices.

Aunque si lamentablemente eso no ocurría, estaba preparado para la despedida, por el profundo agradecimiento que sentía hacia aquel animalillo y hacia la vida que habían compartido juntos. Pero sobretodo, por haberle ayudado a encontrar el amparo y el amor de verdad, al menos una vez en su vida.

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