«Sentir gratitud y no expresarla es como envolver un regalo y no entregarlo «

El curso está llegando a su punto final. Los alumnos ya han estrenado sus vacaciones y para los profesores ya huele a descanso. Aún quedan algunos días de trabajo, pero el silencio y las mesas vacías decoran ahora mismo las aulas.

Esta semana me despedía de mis niños. Y para mí sorpresa, uno de ellos me sorprendía el jueves con algo inusual.No lo había visto nunca. Pero el entusiasmo de su cara me generó curiosidad. Mi niño me había traído una manzana. Era roja y brillante. Pero,¿por qué una manzana? Pensé en Blancanieves. O en la bruja que quiere envenenarla, quizá. A lo mejor tendría que ver con Eva y la manzana, en el paraíso.
Mientras la sacaba de la bolsa, veía como aquel niño, que yo conocía bastante bien, sonreía satisfecho al tiempo que buscaba cuál era el gesto de mi cara. Por suerte, se dio cuenta de que había algo que él sabía pero yo no. Y preguntó: -«¿sabes por qué te regalo una manzana?»-
Me explicó:- «En algunos países se regala una manzana como gesto de agradecimiento a los profesores que nos enseñan. Lo vi el otro día en unos dibujos animados». -Y volvió a sonreír. -«Yo quería darte las gracias por este curso».
Este niño tiene un talento. Tiene muchos más, pero cuando sonríe se le cierran los ojos, se le abre su boca llenando toda su cara y entonces es imposible no sonreír con él. Él estaba satisfecho, yo estaba feliz por su gratitud.

No cualquiera es capaz de sentir gratitud. El sentimiento de gratitud no corresponde a una de las emociones básicas. Todo lo contrario. Para experimentarla se requieren una serie de procesos complejos en la mente. No aparece como un impulso simplemente, sino que se trata de una virtud reservada para las inteligencias mejor desarrolladas.

Cuando llegué a casa con mi manzana, seguía teniendo curiosidad. Así que busqué que significaba todo aquello. Se trata de una de las frutas más populares: la manzana. Es la fruta que simboliza la fortaleza durante el aprendizaje y ha estado asociada con la educación desde hace siglos. Esta tradición tiene un curioso origen y parece que se remonta a los tiempos bíblicos. Un ejemplo es que el árbol del conocimiento de Adán y Eva era la planta de manzano, y fueron los primeros cristianos, quienes comenzaron a considerarlo el fruto del saber.
En la Grecia Antigua la manzana estaba asociada a la sabiduría y regalarla al maestro implicaba retribuirle la educación recibida. Aunque también se cuenta que la fruta se regalaba con el fin de desearle una buena salud al maestro. Más vale mantenerlos sanos para que no falten a clase.
Más t

arde, en los años 1700, las pobres familias de agricultores de Dinamarca y Suecia no tenían dinero para solventar la educación de sus hijos y, por eso, entregaban cestas llenas de manzanas a los maestros como forma de pago. Fue así como la imagen de una manzana roja, brillante y perfectamente redonda se inmortalizó como el tradicional símbolo de agradecimiento para los profesores.
Y yo sin saberlo. Otra ocasión más en las que son los niños quienes enseñan a su maestra. Sin duda, nuestro trabajo sabe mejor con momentos así. Me sorprende cómo después de un curso lleno de días duros, repletos de batallas, de tiras y aflojas para que ellos aprendan. Momentos donde seguro fui para él la bruja de Blancanieves, la que se enfada, la del tirón de orejas,… Y a pesar de eso, ve en unos dibujos que a los profes se les regala una manzana, y piensa en regalarme una. Ahí se demuestra la capacidad que tienen para querer.
Otro curso que se acaba. Otro más. Ojalá las semillas del manzano den su fruto dentro de un tiempo. De momento, manzanas para todos aquellos maestros y profesores que curso tras curso batallan, convencidos de que su trabajo merece la pen

a. Para aquellos que creen en lo que hacen. Los que insisten día a día, a pesar de los tiempos revueltos en los que nos movemos. Manzanas y feliz descanso.