«Los ángeles custodian las puertas del cielo»
Una semana y sigue sin haber palabras que expliquen, que acallen o calmen. No existen palabras de despedida. Porque nunca te despides de alguien a quien has amado, que ha sido tu vida. Tu raíz, tu sostén, tu talle, tu riego. No te sueltas jamás de la mirada de quien te conoce bien, de la escucha atenta de quien sabe lo que piensas con solo mirarte. Quien conoce en milímetros tus defectos, y aún así te ama incondicionalmente con todos ellos. De donde eres y te sabes bien amado.
No es posible desprenderse. No se puede decir «hasta siempre» a una vida. El amor de verdad es así. Incondicional, eterno. Perdura a pesar del tiempo, la distancia y la ausencia.
Lo sé bien. Te resistes. Después de un tiempo te resignas. Continúas. Pero nunca sueltas del todo. Aunque pase una vida entera. Jamás dejas ir.
Aprendes. Te acostumbras. Prosigues. Son apariencias, porque una parte de ti nunca vuelve a ser la misma. Quien continúa el viaje aquí, en la tierra, aprende sin más remedio (y sin ganas) una forma diferente de amar. Y sin darte ni cuenta prosigues, paso a paso, esfuerzo tras esfuerzo. Llanto a llanto. Fotografía a fotografía.

La vida sigue por ella. Intentas ser feliz por ella. Te convences de seguir haciendo por ella. Y te juro que no es casualidad. Te lo juro. En su partida te deja las herramientas para que todo salga bien. Desde otro lado del camino, se asegura de que no te arrastre la marea. Vela para que tu alma no se rompa del todo.
Te inspira. Te regala los hilos para poder ir remendando poco a poco las heridas de tu alma rota. Ten fe. Sé de sobra que si se cose con cariño, las costuritas en el alma llegan a ser hermosas. Entre agujas y alfileres, se aprende una hermosa forma de amar. El amor persistente. El amor que se basa solo en la fe de saber que ella te acompaña en el pespunte bien cosido de la vida. Se convierte en el motor, en ese pedal de una máquina de coser antigua que crea sueños y recorre costuras de una vida futura, punteando los pasos que ella se encargó de enseñarte.
No hay palabras que expliquen ese amor. No se entiende. No se toca, ni se ve. Solo se siente. Una forma tan bonita de amar, que se dibuja en un hilván con el que se consigue el consuelo imposible. Y alcanzarás por fin el sentido, la calma, la paz. Y algo más… que descubrirás por ti mismo.



E hilvanas. De hilo y vano. De amor, nostalgia y vacío.
Hilvanas. En una costura de puntadas largas con que se une y se prepara lo que se ha de coser después. Con el tiempo, cuando estés preparado. Da espacio a ese tiempo. Se paciente. Su amor (y tu fe) coserá lenta y minuciosamente el alma que ahora sientes rota.
Se zurce a base de recuerdos, el patrón de confección de tu alma. Lo que has aprendido desde niño. Su huella. Retales como comprobantes de lo que hemos sido capaces de vivir, vivir amando. Y en medio de tanto remiendo, aprendes que el dolor es el precio que se paga por los momentos felices que atesoramos en nuestra memoria. Es el precio que nos pone la vida por tener un amor de verdad: el de una madre. El de tu madre.

Y sé. Sé bien que es más difícil aún si hay largas costuras de devoción profunda. De admiración, veneración y orgullo. La misma adoración incalculable día a día. El amor mutuo por todos los suyos.
Su mayor herencia la deja precisamente en lo que ha sido. Por lo aportado con su ejemplo. Por lo vivido. Por lo enseñado. Por lo aprendido. Por las confidencias como solo con ella era posible. Por el amor que te brindó. Por su amor desmedido por la vida.
Esa es la riqueza que precisa urgente el alma, cuando llega la inevitable, pero imposible despedida. La que parece que no da tregua, ni esperanzas ni márgenes de espera. La despedida eterna que ya te aseguro que nunca llegará.
A esas riquezas acudimos con esperanzas nuevas cuando pasan las nieblas y los días. Y seguimos hilvanando, haciendo pespuntes y aprendiendo a coser costuras torcidas, con botones y tesoros que se amontonan en forma de tantos y tantos recuerdos vitales. Esos viajes en la memoria… que a veces nos angustian, a veces nos hacen sonreír entre lágrimas. Y otras, incluso, nos alivian los desgarros silenciosos de un alma que ahora parece que nunca llegará a curarse del todo.
Así que, capitana de un barco de fuertes mareas bravas y agitadas, aglutinante incansable de tu tripulación, jabata, luchadora, valiente, costurera de una vida de parches, maestra de tizas y lienzos, sobrehíla el alma hecha jirones de aquellos que te lloran y te echan en falta. Deja tela e hilo para coser vida nueva, en la que estés presente, y lana para tejer el vacío que dejas.
A ti, esposa, madre, abuela, hermana y amiga, buen viaje hacia la paz que tanto mereces. Un descanso ganado en cada una de tus batallas. Perdona por no saber, poder o querer despedirte del todo.
Con jaboncillo, cinta métrica, aguja, dedal e hilo se seguirá cosiendo la vida con tu ejemplo. Con el respeto, la admiración, la prudencia, la paciencia y el amor que siempre llevabas en tu costurero. Ojalá dejes en esta vida tu mirada atenta de reojo, tu escucha en silencio, siempre empezada por un «qué» disimulado. Tu comprensión infinita. Tu perdón por adelantado.
Tan bien lo hiciste en esta vida que no es posible que tu ausencia deje vacíos que aprieten, que duelan. Esos vacíos se curarán. Tus regalos vitales los llenarán de amor, a base de momentos cosidos a mano.

Disfruta de un viaje en la calma, sin prisas, sin equipaje. Disfruta del paisaje, de tu obra creada a base de esfuerzo. Tu equipaje se queda aquí, entre los tuyos. Para que ellos lo disfruten, para que no te vayas del todo, para que caminen con tu ejemplo de superación, tu espíritu de lucha, tu cariño infinito, tus enseñanzas en silencio, tu escucha, tu mirada, tu cercanía y tus instrucciones, como legado de todo lo que fuiste. Y de todo lo que eres. Con el tiempo, llegará el consuelo.
No existen palabras bonitas para despedirte. No hay despedidas. Sí sentimientos hermosos y recuerdos alegres cosidos a un alma rota. Nos abrigaremos el alma, abotonada con el amor más noble que existe.

Toma su corazón. Lo dejó ella ahí para ti. Que no te despiste, que siempre, siempre, siempre, detrás del dolor solo hay un regalo: EL AMOR.
«Cuando mires al cielo, por la noche, como yo habitaré en una de ellas, como yo reiré en una de ellas, será para ti como si rieran todas las estrellas. Tú y solo tú tendrás estrellas que saben reír».
Antoine de Saint- Exupery. El Principito.