Recuérdaselo

Llueve sin parar. Una niebla intensa cubre la vista que tanto me gusta observar desde mi ventana. Una morriña existencial gallega inevitablemente recorre mis venas. El agua golpea con fuerza. Agradezco profundamente esa estampa. Le da carácter.

Es mi entrada número cien, con 25.000 visitas hablando de algo tan lejano como las emociones en un mundo de superficialidades. Un día especial. Una celebración entrañable: 90 años de agradecida existencia, de su vida y de recuerdo. Y sigo sin creer en la casualidad.

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Hay un tiempo para todo

Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol: 

un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado; 

un tiempo para matar y un tiempo para curar, un tiempo para demoler y un tiempo para edificar; 

un tiempo para llorar y un tiempo para reír, un tiempo para lamentarse y un tiempo para bailar; 

un tiempo para arrojar piedras y un tiempo para recogerlas, un tiempo para abrazarse y un tiempo para separarse; 

un tiempo para buscar y un tiempo para perder, un tiempo para guardar y un tiempo para tirar; 

un tiempo para rasgar y un tiempo para coser, un tiempo para callar y un tiempo para hablar; 

un tiempo para amar y un tiempo para odiar, un tiempo de guerra y un tiempo de paz. 

¿Qué provecho obtiene el trabajador con su esfuerzo? 

Yo vi la tarea que Dios impuso a los hombres para que se ocupen de ella. 

Él hizo todas las cosas apropiadas a su tiempo, pero también puso en el corazón del hombre el sentido del tiempo pasado y futuro, sin que el hombre pueda descubrir la obra que hace Dios desde el principio hasta el fin. 

Yo comprendí que lo único bueno para el hombre es alegrarse y buscar el bienestar en la vida. 

Después de todo, que un hombre coma y beba y goce del bienestar con su esfuerzo, eso es un don de Dios. 

Yo reconocí que todo lo que hace Dios dura para siempre: no hay que añadirle ni quitarle nada, y Dios obra así para que se tenga temor en su presencia. 

Lo que es, ya fue antes, lo que ha de ser, ya existió, y Dios va en busca de lo que es fugaz. 

Yo he visto algo más bajo el sol: en lugar del derecho, la maldad y en lugar de la justicia, la iniquidad. 

Entonces me dije a mí mismo: Dios juzgará al justo y al malvado, porque allá hay un tiempo para cada cosa y para cada acción. 

Eclesiastes 3,1-17

El discurso ha concluido. Ha quedado todo dicho. No más palabras. Ahora hay que dejar trabajar al tiempo, ese tiempo en el que se encuentra toda la verdad.

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Transformación

 

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¡Gracias!

 ¿Tía, qué están haciendo ustedes?
-esperando a que pase una libélula.
¿Para qué?
-porque mi amiga no las conoce y quiere ver una…
Yo tengo un libro que tiene el dibujo de una libélula.
-la libélula del libro no sirve.
¿Por qué?
-porque ella quiere escribir un haiku *.
¿Qué es haiku?
-es esperar que pase una libélula.

-Del muro de Nélida Cañas-

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Si estas palabras han llegado hasta ti, tengo la sospecha de que esta vez no será una casualidad. Te pediré que tengas un poco de paciencia, algo de curiosidad y que continúes leyendo para que llegues hasta el final y lo descubras.

Todo empezó cuando Alvin murió. No fui capaz de despedirla como merecía porque ¡cómo cuesta decir adiós!  Cómo cuesta poner un punto y final a las historias. Por apego o porque nos aferramos sin tregua a aquello que queremos, a lo que forma parte de nuestro camino, nuestro equipaje, nuestro álbum de fotografías. Lo cierto es que tanto a la pena, como al amor, al dolor o al miedo cuesta mucho encontrarles las palabras correctas. O al menos aquellas que se le parezcan.

Pero tratándose de ella, conociéndola tanto como la conozco y habiendo mirado soñadora tantas veces a las estrellas, tenía la certeza que había partido de esta vida con una bendición. Y esa bendición ahora formaba parte de mí. Había depositado en mis manos la admiración, la fantasía, la perseverancia, la lucha, lo esencial, las entrañas y unas pisadas en un suelo blanco y rojo que, después de todo, seguirán en este mundo cada vez que yo le dé continuidad en su nombre y con su ejemplo. Por algo será que nos cuesta tanto decir adiós.

Porque llevó siempre consigo unas enormes ganas de vivir, como si no hubiera un mañana. Quizá porque a menudo era consciente de que el mañana no depende nunca de nosotros. Y sabía reconocer qué era importante y cuándo era importante. No creía en la celebración de los momentos especiales. Ella era capaz de hacer de cada día un momento para celebrar.

Es justo por eso que siento que no puedo hacerle esto. No puedo aferrarme a un pasado que ya no existe. No puedo dudar a la hora de decirle adiós, su barquito de papel no puede quedar varado por más tiempo; y ahora toca esperar a que un día vuelva a ver «batir sus alas». Porque ha llegado el momento de la transformación.

Las que fueron siempre sus ganas de vivir no permiten más tiempo de espera, ni más tristeza; uno tiene casi la obligación de seguir viviendo con sus mismas ganas. Se lo debo. Espero que sepa perdonarme el tiempo que he tardado en darme cuenta. 

«Mi cazador de libélulas,¿hasta dónde se me habría extraviado hoy?» -Haga no Chiyo-

Tan importante fue para mí, que es mi única intención conseguir despedirme con la misma alegría y con el mismo cariño con los que compartí sus días más felices. Y aunque me cueste la misma vida las despedidas, hace 16 años aprendí una importante lección para comprender, sin más, el verdadero significado de despedir a alguien, de poner un punto y final o pasar página en algún episodio de la vida.

Y no he encontrado, hasta hoy, mejor ocasión para compartirlo:

 «En el fondo de un viejo estanque vivía un grupo de larvas que no comprendían por qué cuando alguna de ellas ascendía por los largos tallos de lirio hasta la superficie del agua, nunca más volvía a descender donde ellas estaban.

Se prometieron unas a otras que la próxima de ellas que subiera hasta la superficie, volvería para decirles a las demás lo que le había ocurrido.

Poco después, una de dichas larvas sintió un deseo irresistible de ascender hasta la superficie.

Comenzó a caminar hacia arriba por uno de los finos tallos verticales y cuando finalmente estuvo fuera se puso a descansar sobre una hoja de lirio. Entonces experimentó una transformación magnífica que la convirtió en una hermosa libélula con unas alas bellísimas.

Trató de cumplir su promesa, pero fue en vano. Volando de un extremo al otro de la charca podía ver a sus amigas sobre el fondo. Pero sus amigas no podían verla a ella.

Comprendió que incluso si ellas a su vez hubieran podido verla, nunca habrían reconocido en esta criatura radiante a una de sus compañeras»

Del libro «Cuentos para crecer y curar» de Michel Dufour


La moraleja no puede ser más simple: que después de esa transformación que llamamos muerte, despedida o final no podamos volver a ver a nuestros seres queridos, ni comunicarnos con ellos, no significa que hayan dejado de existir en nuestra vida, ni mucho menos que hayamos dejado de quererlos … El amor sencillamente se transforma.

«LA MUERTE, NO ES MÁS QUE UN CAMBIO DE MISIÓN». (León Tolstoi)

Quien sabe de lo que hablo, quien ha visto una libélula, o sueña con verla y reconocerla, ha entendido una forma superior de amar. Un amor incondicional que continúa aunque no puedas ver, aunque no puedas tocar, oler o escuchar. 

Es el amor que permanece pese a todo. El amor que empaña nuestra mirada de nostálgica alegría al recordar los aprendizajes que merecen la pena, que sobreviven al tiempo y al espacio físico.

Quien ha pasado el duelo y lo ha vivido sabe bien de qué hablo y estará de acuerdo conmigo en que no hay palabras que lo expliquen, pero esa transformación es un sentimiento oceánico, cumbre, privilegiado.

Así que cuando veas una libélula rondar tu vera, no intentes capturarla o perseguirla, es un hada de alma libre, alguien que intenta cumplir su promesa con algún ser querido que seguramente lo estará echando de menos.  

Contempla serenamente su vuelo y déjala partir.

Cuenta la leyenda que al principio de los tiempos, cuando apenas se habitaba la Tierra, las almas se transformaban en hadas para ayudar a sus seres queridos con sus labores diarias con magia. Para no tener que partir. Pero tenían prohibido establecer vínculos para no alterar el orden de la naturaleza. Sin embargo, como Eva en el paraíso, algunas hadas desobedecieron, siendo castigadas convertidas en libélulas sin la posibilidad de hablar, aunque seguían leyendo los pensamientos, mantenían la intuición, la belleza y la magia para conceder sueños y deseos.

Años más tarde se les ofreció volver a su forma original pero ellas no quisieron renunciar a su cuerpecillo de libélula, sintiéndose mucho más libres de apegos.  Y vivieron para siempre así.

Y hoy en día nos recuerdan que en un lugar en donde hubo dolor, nació algo mágico y bello. Pensamientos que ayudan a sanar emocionalmente las heridas de la nostalgia.  Y lejos de misticismos en los que cada uno decide si creer o no, el baile de las libélulas con el viento es una lección que aprender. ¿Cómo de rápido somos capaces de adaptarnos a las circunstancias de cambio que nos propone la vida? Paciencia, resiliencia y constancia.

¿Debemos aferrarnos a la forma en la que esperamos que sean las cosas o estamos dispuestos para vivir tal cual acontece la vida?

Seamos capaces de adaptarnos, aprendamos a ser flexibles y a continuar con la nostalgia como parte de la vida.

La magia no existe porque nadie cree en ella. Pero cuando necesitas creer en la magia para que las personas que son parte de ti no se vayan del todo, la magia de las libélulas  no defrauda.

Recuerda que el amor de quien partió se transforma, no muere, pervive en alguien especial para ti que lleva su esencia. Y si has llegado hasta aquí, tanto si has visto alguna vez «tú libélula», rondando tu ventana como si no, ha llegado el momento de sorprenderte.

Siempre habrá alguien dispuesto a alzar el vuelo de una libélula en tu vida. Hay una para ti. Deseo que la encuentres y puedas escribir tu propio *haiku.

 

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Pincha para ver tu libélula

Aprender de ti

Aprende a mirar lo que ya miraste y trata de ver lo que no viste”

Saturnino De la Torre
Elaborado por Marta J.G.

Intento aprender de ti. A veces para saber lo que sí debe ser. A veces para elegir lo que no quiero más.

El camino ha podido ser largo. Los tropiezos habrán abundado. El dolor nos habrá visitado. Y sin embargo, mírate, aquí seguimos. Más que nunca, “viento en popa, a toda vela”.

Y pienso. El día ha tenido pocas horas y demasiados encargos. Ha sido largo. Cansado. Pero adoro ese cansancio que me ha dado un día que de sobra sé que perdurará ya para siempre en la memoria. La vida te da grandes regalos y a veces los vemos pasar sin darnos cuenta. Pero hoy no.

Podrán pasar vientos y tornados, que ese recuerdo ya será para mí. Incluso cuando tengan que llegar los trapos del olvido. Esa será una de mis suertes. Soy afortunada.

Porque a pesar de todo, en cada momento del día, cada día, recuerdo la suerte de tenerte aquí. Porque te veo sonreír. Porque conozco cada huella que caminas, cada enojo que te afrenta, cada laberinto en tu cabeza. Pero también conozco mejor que nadie la forma en la que hacerte feliz. Y aún así, a pesar de tus cuestas y pendientes, tus quejas y lamentos, sigue siendo una suerte acostarme cada noche sabiendo que, un día más, sigues aquí. Con el valor que tiene precisamente hoy en día.

Intento aprovechar para aprender de ti. Las mañas al fuego, los olores y recetas de toda una vida, los trucos de la abuela, los hilvanes y retales, los recovecos del pasado. Herencia que ya queda por siempre para mí. Intento aprender y agarrar este momento, la forma de hacerlo perdurar cuando ya no estés aquí.

Intento aprovechar para aprender de ti. De la vida. Cada día. Yo que quizá nunca he sido de escarmentar en cabezas ajenas. Aprendiendo a cometer errores y remontar, como en otro tiempo te vi hacerlo a ti. Y agradecer mientras pueda el ejemplo que la vida me pone delante. Para bien o para mal, lo que soy es por culpa o gracias a ti.

Intento aprender, te lo prometo. Y sé que a veces incluso llegas a reconocerte en mí. Aunque nunca lo digas, sabes que a veces es así.

Intento aprender de la vida que estos días, más visible que nunca, corre apresurada sin pedir permiso. Sin pedir perdón. Donde nada tiene valor, más que los que siguen y continúan aquí. Donde un abrazo se convierte en un lujo. Donde tener a tu madre o a tu padre en casa, es el mayor poder.

Yo que camino ya coja de un pie… que sé lo que es perder y despedir, agradezco a la vida las horas, los días, las semanas que me permiten disfrutar de las personas que quiero. La calma para escuchar a mis pequeñas almas sonreír. Para poder sentirme cerca de los miedos que estén por llegar, para consolar las peleas mentales (casi siempre contra nosotros mismos), para abrigar las ansiedades y el frío de las personas que son importantes para mí. Siempre intenté, aprendiendo de ti, de ti, y también de ti, dar a los demás lo mejor de mí misma.

Pero lo que verdaderamente es una suerte es poder decirte todo esto ahora que… todavía estamos a tiempo.

¡Feliz 75 cumpleaños, mamá!

Costuritas en un alma rota

«Los ángeles custodian las puertas del cielo»

Una semana y sigue sin haber palabras que expliquen, que acallen o calmen. No existen palabras de despedida. Porque nunca te despides de alguien a quien has amado, que ha sido tu vida. Tu raíz, tu sostén, tu talle, tu riego. No te sueltas jamás de la mirada de quien te conoce bien, de la escucha atenta de quien sabe lo que piensas con solo mirarte. Quien conoce en milímetros tus defectos, y aún así te ama incondicionalmente con todos ellos. De donde eres y te sabes bien amado.

No es posible desprenderse. No se puede decir «hasta siempre» a una vida. El amor de verdad es así. Incondicional, eterno. Perdura a pesar del tiempo, la distancia y la ausencia.

Lo sé bien. Te resistes. Después de un tiempo te resignas. Continúas. Pero nunca sueltas del todo. Aunque pase una vida entera. Jamás dejas ir.

Aprendes. Te acostumbras. Prosigues. Son apariencias, porque una parte de ti nunca vuelve a ser la misma. Quien continúa el viaje aquí, en la tierra, aprende sin más remedio (y sin ganas) una forma diferente de amar. Y sin darte ni cuenta prosigues, paso a paso, esfuerzo tras esfuerzo. Llanto a llanto. Fotografía a fotografía.

La vida sigue por ella. Intentas ser feliz por ella. Te convences de seguir haciendo por ella. Y te juro que no es casualidad. Te lo juro. En su partida te deja las herramientas para que todo salga bien. Desde otro lado del camino, se asegura de que no te arrastre la marea. Vela para que tu alma no se rompa del todo.

Te inspira. Te regala los hilos para poder ir remendando poco a poco las heridas de tu alma rota. Ten fe. Sé de sobra que si se cose con cariño, las costuritas en el alma llegan a ser hermosas. Entre agujas y alfileres, se aprende una hermosa forma de amar. El amor persistente. El amor que se basa solo en la fe de saber que ella te acompaña en el pespunte bien cosido de la vida. Se convierte en el motor, en ese pedal de una máquina de coser antigua que crea sueños y recorre costuras de una vida futura, punteando los pasos que ella se encargó de enseñarte.

No hay palabras que expliquen ese amor. No se entiende. No se toca, ni se ve. Solo se siente. Una forma tan bonita de amar, que se dibuja en un hilván con el que se consigue el consuelo imposible. Y alcanzarás por fin el sentido, la calma, la paz. Y algo más… que descubrirás por ti mismo.

E hilvanas. De hilo y vano. De amor, nostalgia y vacío.

Hilvanas. En una costura de puntadas largas con que se une y se prepara lo que se ha de coser después. Con el tiempo, cuando estés preparado. Da espacio a ese tiempo. Se paciente. Su amor (y tu fe) coserá lenta y minuciosamente el alma que ahora sientes rota.

Se zurce a base de recuerdos, el patrón de confección de tu alma. Lo que has aprendido desde niño. Su huella. Retales como comprobantes de lo que hemos sido capaces de vivir, vivir amando. Y en medio de tanto remiendo, aprendes que el dolor es el precio que se paga por los momentos felices que atesoramos en nuestra memoria. Es el precio que nos pone la vida por tener un amor de verdad: el de una madre. El de tu madre.

Y sé. Sé bien que es más difícil aún si hay largas costuras de devoción profunda. De admiración, veneración y orgullo. La misma adoración incalculable día a día. El amor mutuo por todos los suyos.

Su mayor herencia la deja precisamente en lo que ha sido. Por lo aportado con su ejemplo. Por lo vivido. Por lo enseñado. Por lo aprendido. Por las confidencias como solo con ella era posible. Por el amor que te brindó. Por su amor desmedido por la vida.

Esa es la riqueza que precisa urgente el alma, cuando llega la inevitable, pero imposible despedida. La que parece que no da tregua, ni esperanzas ni márgenes de espera. La despedida eterna que ya te aseguro que nunca llegará.

A esas riquezas acudimos con esperanzas nuevas cuando pasan las nieblas y los días. Y seguimos hilvanando, haciendo pespuntes y aprendiendo a coser costuras torcidas, con botones y tesoros que se amontonan en forma de tantos y tantos recuerdos vitales. Esos viajes en la memoria… que a veces nos angustian, a veces nos hacen sonreír entre lágrimas. Y otras, incluso, nos alivian los desgarros silenciosos de un alma que ahora parece que nunca llegará a curarse del todo.

Así que, capitana de un barco de fuertes mareas bravas y agitadas, aglutinante incansable de tu tripulación, jabata, luchadora, valiente, costurera de una vida de parches, maestra de tizas y lienzos, sobrehíla el alma hecha jirones de aquellos que te lloran y te echan en falta. Deja tela e hilo para coser vida nueva, en la que estés presente, y lana para tejer el vacío que dejas.

A ti, esposa, madre, abuela, hermana y amiga, buen viaje hacia la paz que tanto mereces. Un descanso ganado en cada una de tus batallas. Perdona por no saber, poder o querer despedirte del todo.

Con jaboncillo, cinta métrica, aguja, dedal e hilo se seguirá cosiendo la vida con tu ejemplo. Con el respeto, la admiración, la prudencia, la paciencia y el amor que siempre llevabas en tu costurero. Ojalá dejes en esta vida tu mirada atenta de reojo, tu escucha en silencio, siempre empezada por un «qué» disimulado. Tu comprensión infinita. Tu perdón por adelantado.

Tan bien lo hiciste en esta vida que no es posible que tu ausencia deje vacíos que aprieten, que duelan. Esos vacíos se curarán. Tus regalos vitales los llenarán de amor, a base de momentos cosidos a mano.

Disfruta de un viaje en la calma, sin prisas, sin equipaje. Disfruta del paisaje, de tu obra creada a base de esfuerzo. Tu equipaje se queda aquí, entre los tuyos. Para que ellos lo disfruten, para que no te vayas del todo, para que caminen con tu ejemplo de superación, tu espíritu de lucha, tu cariño infinito, tus enseñanzas en silencio, tu escucha, tu mirada, tu cercanía y tus instrucciones, como legado de todo lo que fuiste. Y de todo lo que eres. Con el tiempo, llegará el consuelo.

No existen palabras bonitas para despedirte. No hay despedidas. Sí sentimientos hermosos y recuerdos alegres cosidos a un alma rota. Nos abrigaremos el alma, abotonada con el amor más noble que existe.

Toma su corazón. Lo dejó ella ahí para ti. Que no te despiste, que siempre, siempre, siempre, detrás del dolor solo hay un regalo: EL AMOR.

 

«Cuando mires al cielo, por la noche, como yo habitaré en una de ellas, como yo reiré en una de ellas, será para ti como si rieran todas las estrellas. Tú y solo tú tendrás estrellas que saben reír».

Antoine de Saint- Exupery. El Principito.

Nada… en lontananza.

“Nada se va hasta que nos haya enseñado lo que necesitamos saber” -Pema Chödrön-

En cada historia hablaba de todos, aunque en todas ellas, sin saberlo, incluía un poco de mí. Porque a fin de cuentas yo no tengo nada.

A estas alturas no hay riquezas, ni posesiones, ni cargas materiales. No hay poder, ni aspiraciones, ni excentricidades. Ni siquiera hay maldad, ni rencor, ni venganza, ni oscuridades. Por no tener, ya no hay ni miedo, ni incertidumbre, ni malos recuerdos o lamentaciones. Tampoco mala conciencia, ni despropósitos desordenados, ni más penitencias. Ni amargas sensaciones.

Nada. He aprendido (por fin) y ya no queda nada.He soltado todo lo que me ataba. En un golpe inesperado me he desprendido de todos los apegos que cargaba. Me caí de todos los prejuicios que me arrastraban. Incluso regalé por el camino todas las prisas que me agobiaban. Insistí y renuncie a las inseguridades que me quebraban.

Llevo media vida buscando algo, sin saber lo que quería. Algunos largos años esperando a alguien, sin creer lo que decía. Sintiendo que allá a lo lejos, en lontananza, quedaría algo que sentir, agarrando con fuerza incluso lo que no quería vivir.

No hay nada peor que aferrarse a lo que no queremos, por miedo a no tener nada. Cuando de todas maneras, tampoco es mucho más que nada, porque nada a medias nos va a llenar.

Y en medio de una elección que no conseguía tener clara, cuando sentía que era incapaz de ser valiente, decidí lo más difícil, no decidir nada.

Fue entonces, justo antes de saltar, aun sin nada de valor, solté todo lo que no quería; y al mismo tiempo renuncié sin más disculpas a todo lo que no sería para mí.

Finalmente saboreé la nada. Entonces encontré la calma, el placer de lo bien hecho y el sueño profundo en la almohada. Y cuando sentía el silencio del vacío, supe que era todo lo que yo necesitaba: nada.

Amor del bueno

«No existe nada más hermoso que la manera en la que el mar se rehusa a dejar de besar la costa, no importa cuántas veces sea enviado de regreso». -Saray Kay-

Ya pasó el 14 de febrero. Día del amor. Pero el amor no pasa, no cambia. El amor de verdad no finaliza nunca. Ni siquiera cuando uno muere.

Llega, dura, perdura, se queda para siempre. Aprende, crece y se sostiene.

Forma equipo y rema contigo hasta en las tormentas oscuras.

Te recuerda en qué te equivocas, pero te aconseja para que te autoperdones. Y en toda esa travesía (larga y dura), te consuela cada una de las heridas del viaje.

Perdura en la distancia y hasta cuando no hay presencia.

A estas alturas del viaje ya hemos descubierto que no somos perfectos. Hemos conocido (de sobra) todos nuestros defectos. Pero gracias a ellos también hemos sido capaces de descubrir cuánto somos capaz de lograr y cuánto amor tenemos para dar.

Son ellos. Somos nosotros. Los he elegido a fuerza de empeño. También un poco de suerte.

Muchas batallas. Guerras. Fracasos. Pero hemos salido de todas con risas, miradas cómplices y palabras. Muchas palabras. Sinceras. Duras. Necesarias. Esperanzadoras. Mucho hielo. También muchos abrazos.

Ese es mi amor del bueno. Amor afortunado. Mi suerte. Mi viaje.

Con quien puedo ser, con quien soy.

Las cabras no siempre tiran al monte

Sentenció categóricamente que las cabras siempre tiran al monte. Una intención fallida de ofender(me) o cuestionar(me). Pero no ofende quien quiere, sino quien puede.

Resulta todavía más curioso cuando la expresión viene de alguien que se dedica a la educación, dudando de la capacidad del ser humano para transformarse y reconstruirse. De la metamorfosis de las orugas. Igual que una bonita rosa (al parecer como él), en cualquier momento puede marchitarse, bien puede crecer una margarita en medio de un jardín abandonado, incluso rompiendo el asfalto.

Y así, tan solo me pregunto con qué finalidad va cada día, entonces, al aula. Con qué propósito se da a sus alumnos. Con qué esperanza se propone objetivos en su vida, si nada cambia y al final terminamos todos tirando al monte.

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fotos de @neorrabioso

He de confesar que precisamente porque tengo la seguridad de que no todas tiran al monte, estas pequeñas ovejillas negras son mi debilibidad, mi ojito derecho. Siento predilección por todo lo que aún está por demostrar. Mi apuesta siempre va por quien nadie apostaría un duro. No solo porque es donde reside el verdadero reto de mi oficio, sino porque el instinto siempre ha permitido encontrar en ellas la oportunidad, el valor y la esperanza por esa condición innata que tenemos las cabras (y los humanos) de evolucionar. Pero todo a su debido tiempo, que afortunadamente no todas las semillas florecen a la vez. 

Cabrón,chivato, irasco, cabrito, chivo, cabra loca, oveja negra, descarriada o aquella que tira al monte….son (en manos de un buen pastor) auténticos regalos por descubrir.  Incluso según leyendas, mitologías y constelaciones, algunas de estas cabras no solo tiraron al monte, algunas llegaron al cielo. 

Me siento cómoda con ellas. Conozco bien a mi rebaño porque siempre fui, perdón, sigo siendo una de ellas. Por suerte di con alguien que debió confiar en mí y ver más allá de mi desgana. Aunque hoy no pueda leer esto. 

Que la cabra siempre tira al monte hace referencia a la naturaleza, al instinto, a la actitud innata. Pero hasta las cabras aprenden… así que, en realidad, sería más acertado pensar que uno siempre hace lo que ha aprendido de pequeño, lo que le han enseñado, o lo que está acostumbrado a hacer por el entorno que le ha tocado. Y en ese caso, las ovejas tiran al monte ¿cuándo quieren o cuándo lo necesitan?, ¿de quién sería la culpa de que la cabra tire al monte, de la cabra o del pastor?

Y para ti, que no confías en las cabras y presumes de ser «alguien de ciencias». En estadística, las ovejas negras son los valores extremos, los datos anómalos. Es el elemento de un grupo que va en dirección distinta o contraria a la del resto del grupo. 

Más conocidos como outliers, es la observación que parece inconsistente con el resto de los valores de la muestra, (siempre según el supuesto modelo probabilístico que debe seguir la norma). Se trata de un dato que lleva la contraria a los demás. Pero lejos de ignorar este dato, deberíamos identificarlo. Averiguar la razón de un valor tan extremo, ya que puede estar señalando algún hallazgo importante y no deberíamos desdeñarlo con rapidez.

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Pero «querida oveja, que te crees de lana blanca», criada en libertad siguiendo ciclos naturales, según superstición surgida en el Alto Aragón, parece que tener a una oveja negra en el rebaño tiene grandes ventajas: han resultado ser animalillos que crecen conectados a su tierra y, por eso, en plenitud. Protegen como ninguna otra al resto de las ovejas, por lo que aún no siendo especialmente valoradas ni admiradas son necesarias en el rebaño . De hecho se dice que estas ovejas, cuando no tienen ni un pelo blanco (llamadas entonces ovejas «martas»), evitan que caigan rayos al rebaño durante las tormentas y también protegen a las ovejas blancas de que se vuelvan “modorras”, término popular para las que tienen enfermedades relacionadas con el sistema nervioso.

De ahí que las ovejas “martas” fueran consideradas en el pasado como ovejas sagradas a las que no se les podía hacer ningún daño. 

Estas cabritillas feas mías tienen un perfil recto y cuentan con cuernos fuertes. Son más resistente al clima y a las condiciones adversas; suelen necesitar buscarse la vida por lo que aprenden (a base de golpes) a utilizar todos los recursos de la naturaleza y su presencia es importante para la preservación de los campos.

Si ella no está, a ver quién hará de punching. A ver, quién si no, alegrará con su alegría y sus locuras al resto del ganado. A ver quién le da un poco de vidilla al pastor…

Estos alumnos » difíciles » son los que más satisfacción reportan, quien mejor recuerdas pasados los años, quien con más cariño te recuerda, quien más gratamente te sorprende en las vueltas de la vida. Así que por favor, desmitifiquen la infancia y apuesten por la diferencia. Y depositen sobre ellos grandes expectativas, que nadie mejor que una oveja negra para cumplirlas con tesón.

Motivos suficientes para que las ovejas negras estemos de suerte. De un tiempo a esta parte, ganaderos (verdaderos amantes de su profesión) están trabajando para renegar de esa connotación negativa de nuestras cualidades diferentes y estamos empezando a convertirnos en oportunidad. Ojalá (por el bien de las cabras perdidas en el monte, pero más por el de la sociedad en general) los maestros lleguemos algún día a hacer lo mismo.

Así que por favor, les ruego literalmente que no me mezclen churras con merinas (ni con manchegas, charolesas, limusinas, Ile de France…), y hagamos por descubrir el valor de las cabras y de velar por la heterogeneidad de los rebaños. No por inclusión o compasión, sino porque cada uno aporta un valor incalculable. La diversidad bien «pastoreada» es una fuente indiscutible de riquezas y talentos.

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Aprendamos a dar valor a la excepcionalidad de un rebaño así como a la importancia de comunicar las buenas expectativas que configuramos a nuestras cabras. No me lleven a las cabras a fracasar continuamente con las profecías cumplidas. Porque las cabras darán lo que su pastor espere de ella.

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Porque debería saber este buen pastor, que es precisamente “el pastor el que hace la lana”, así que quizá tenga más que ver con su arte del pastoreo que con las condiciones de la cabra, por lo que la cabra tire al monte. 

No es una metáfora: seamos cabras por un rato, disfrutemos de la locura de esta vida y tiremos todos juntos de excursión al monte. Allí se respira aire puro. La vida es muy corta para vivir siempre en un vallado.

 …porque esto no va sólo de ovejas, o de cabras …  ¡Cuidado! Habrá que cuidar a las ovejas negras, que últimamente están en peligro de extinción.

Atentamente, una cabra.

Terapeuta vital

«Y si un día no tienes ganas de hablar con nadie, llámame… estaremos en silencio.»

Gabriel García Márquez

Es curioso cuánto podemos aprender de un niño. De él todavía más.

Llegó para colmar de felicidad a unos padres que lo deseaban con todas sus fuerzas. Que lo hicieron todo para acogerte.

Pero también llegó para enseñarnos como el amor puede sanarnos. Para comprobar como un auténtico aluvión de cariño, protección y amparo pueden enderezar la misma vida. Para recordarnos que aunque uno parta en desventaja en el inicio de la vida, llegan oportunidades para reconstruirnos de cero. Llegó para demostrar que el amor de verdad todo lo puede. Absolutamente todo, por muy feas que se pongan las cosas. Porque el amor es así, está por encima de todo. Seguir leyendo «Terapeuta vital»

Hay mar, aunque no pueda verse desde aquí

Realmente creo que la esperanza es la respuesta correcta al milagro de la conciencia humana» John Green

… A ti. Que hoy te has sentido orgullosa de ti misma.

…Para los que nunca tiran la toalla.

Si algo he aprendido estos años es a tener esperanza en que las cosas siempre terminarán saliendo bien. Y no por la enorme capacidad de esta vida para sorprendernos en lo cotidiano, si no por el talento de uno mismo para terminar sobreponiéndose a casi cualquier cosa… especialmente cuando se lo propone. Seguir leyendo «Hay mar, aunque no pueda verse desde aquí»