«No existe nada más hermoso que la manera en la que el mar se rehusa a dejar de besar la costa, no importa cuántas veces sea enviado de regreso». -Saray Kay-
Ya pasó el 14 de febrero. Día del amor. Pero el amor no pasa, no cambia. El amor de verdad no finaliza nunca. Ni siquiera cuando uno muere.
Llega, dura, perdura, se queda para siempre. Aprende, crece y se sostiene.
Forma equipo y rema contigo hasta en las tormentas oscuras.
Te recuerda en qué te equivocas, pero te aconseja para que te autoperdones. Y en toda esa travesía (larga y dura), te consuela cada una de las heridas del viaje.
Perdura en la distancia y hasta cuando no hay presencia.
A estas alturas del viaje ya hemos descubierto que no somos perfectos. Hemos conocido (de sobra) todos nuestros defectos. Pero gracias a ellos también hemos sido capaces de descubrir cuánto somos capaz de lograr y cuánto amor tenemos para dar.
Son ellos. Somos nosotros. Los he elegido a fuerza de empeño. También un poco de suerte.
Muchas batallas. Guerras. Fracasos. Pero hemos salido de todas con risas, miradas cómplices y palabras. Muchas palabras. Sinceras. Duras. Necesarias. Esperanzadoras. Mucho hielo. También muchos abrazos.
Ese es mi amor del bueno. Amor afortunado. Mi suerte. Mi viaje.
Con quien puedo ser, con quien soy.