Llueve sin parar. Una niebla intensa cubre la vista que tanto me gusta observar desde mi ventana. Una morriña existencial gallega inevitablemente recorre mis venas. El agua golpea con fuerza. Agradezco profundamente esa estampa. Le da carácter.
Es mi entrada número cien, con 25.000 visitas hablando de algo tan lejano como las emociones en un mundo de superficialidades. Un día especial. Una celebración entrañable: 90 años de agradecida existencia, de su vida y de recuerdo. Y sigo sin creer en la casualidad.
Tiempo estimado de lectura: 4 minutos y medio. 830 palabras.
La lucha por un objetivo no es garantía de consecución. Las cosas que merecen la pena cuestan. A veces se consiguen, otras se logra algo que ni siquiera entraba en nuestros planes. Nos olvidamos de que el éxito puede estar en el mérito mismo de intentarlo (y lo que esto supone para nuestro autoconcepto) o en todo lo que llegas a aprender en el proceso. Todo pasa por algo, hasta el fracaso.
Aunque nos cueste entenderlo, lo que llamamos “fracasos” suelen acercarnos a un éxito desconocido, que quizá ni habíamos imaginado, pero éxito al fin y al cabo, y que nos vendrá bien en el futuro. Son esos errores convertidos en aciertos.
“La madurez es la capacidad de pensar, hablar y actuar dentro de los límites de la dignidad. La medida de tu madurez es cuán espiritual te vuelves en medio de tus frustraciones”.
Samuel Ullman.
Tiempo aproximado de lectura: 3 minutos. 600 Palabras.
Según los expertos en esta materia, existen tres perfiles a la hora de hacer frente a una situación altamente frustrante:
Con agresividad, sacando a flote la ira y descargando contra todo o contra todos. Se trata de un estado de oposición relacionado con la ira y la decepción, que surge de la percepción de resistencia a lo que deseamos.
Mediante herramientas de huida, evitación o escape de esas situaciones frustrantes.
Con mecanismos de sustitución. Cambiando una situación por otra que no le produzca esa angustia. Lo que casi siempre conlleva altas dosis de autoengaño.
Lo sano sería después de cualquiera de estos tres procesos aprender a aceptar realidades, a pesar de las emociones negativas y las incomodidades que eso conlleva. Algo que no es fácil, pero lo importante es que se trata de una actitud y, por suerte, puede trabajarse y desarrollarse.
Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol:
un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado;
un tiempo para matar y un tiempo para curar, un tiempo para demoler y un tiempo para edificar;
un tiempo para llorar y un tiempo para reír, un tiempo para lamentarse y un tiempo para bailar;
un tiempo para arrojar piedras y un tiempo para recogerlas, un tiempo para abrazarse y un tiempo para separarse;
un tiempo para buscar y un tiempo para perder, un tiempo para guardar y un tiempo para tirar;
un tiempo para rasgar y un tiempo para coser, un tiempo para callar y un tiempo para hablar;
un tiempo para amar y un tiempo para odiar, un tiempo de guerra y un tiempo de paz.
¿Qué provecho obtiene el trabajador con su esfuerzo?
Yo vi la tarea que Dios impuso a los hombres para que se ocupen de ella.
Él hizo todas las cosas apropiadas a su tiempo, pero también puso en el corazón del hombre el sentido del tiempo pasado y futuro, sin que el hombre pueda descubrir la obra que hace Dios desde el principio hasta el fin.
Yo comprendí que lo único bueno para el hombre es alegrarse y buscar el bienestar en la vida.
Después de todo, que un hombre coma y beba y goce del bienestar con su esfuerzo, eso es un don de Dios.
Yo reconocí que todo lo que hace Dios dura para siempre: no hay que añadirle ni quitarle nada, y Dios obra así para que se tenga temor en su presencia.
Lo que es, ya fue antes, lo que ha de ser, ya existió, y Dios va en busca de lo que es fugaz.
Yo he visto algo más bajo el sol: en lugar del derecho, la maldad y en lugar de la justicia, la iniquidad.
Entonces me dije a mí mismo: Dios juzgará al justo y al malvado, porque allá hay un tiempo para cada cosa y para cada acción.
Eclesiastes 3,1-17
El discurso ha concluido. Ha quedado todo dicho. No más palabras. Ahora hay que dejar trabajar al tiempo, ese tiempo en el que se encuentra toda la verdad.
«Tiene miedo de morir porque aún no ha vivido» Franz Kafka
Encontró el error. Había estado ahí, delante de sus ojos. Tan obvio que era difícil reparar en él.
Siempre ocurre igual. El mismo miedo que le paralizaba, que le impedía hablar y pensar lógicamente. Que le hacía actuar conforme a la regla de mostrarse como un payaso. Era la persona más valiente que había conocido nunca, pero se sentía más cómodo en ese papel de cobarde fracasado que no tenía nada que demostrar.
Nunca lo reconocería en voz alta. Pero sentía como se desbocaba su corazón. Lo llevaba sintiendo desde hacía casi mil años. Ya formaba parte de él, pero ni siquiera con esas, se había acostumbrado.
Aunque nunca nadie lo sospechara, no era capaz de confraternizar con tantos miedos, incertidumbres y preocupaciones irracionales que, todavía a su edad, seguían pesando. Y lo que era aún peor, no era capaz de convivir con sus propias emociones.
Así que una vez más se ahogó con las palabras que siempre soñó decir, esperando el momento adecuado. Volviendo a dejar el tiempo en el aire. Una vez más.
Conocía de memoria sus sueños, sus deseos, sus ilusiones y sus esperanzas en el futuro.
Pero de un tiempo a esta parte eso ya no le servía como agua para regar la indolencia de su propia vida.
Seguiría siendo espectador. Siempre desde el deseo, desde las sombras, siempre detrás del telón, siempre desde lejos y en silencio… Estudiando todos los programas de ópera al dedillo, conociendo todas las melodías, empatizando con la vida de todos los personajes, pero jamás actuando.
Y todo porque en algún momento se convenció de su absurdo discurso repetitivo de que no podemos elegir nuestra vida. Se creyó sus propias excusas. Mantenerse en el drama de su mala suerte le permitía ser compasivo consigo mismo. Aunque de sobra aborrecía la compasión, sobrevivía a su costa.
Ese fue el error. Creerse su propio diálogo, por no ser capaz de escuchar explicaciones ajenas.
Como él, otros tantos, quienes se acomodan en el discurso de que no es posible alcanzar lo que uno desea y suelen tener una aversión irracional a ser felices.
Sufren de algo llamado querofobia. Término que procede de la palabra griega «chairo», que significa «me regocijo».
No son las actividades gratificantes en sí las que dan miedo, es algo así como el temor de que si te dejas llevar y eres feliz y despreocupado,algo terrible sucederá. O incluso, el convencimiento de que no se merecen ser felices.
No es más que el continuo autosabotaje: ser feliz les lleva a pensar que algo malo sucederá.
Pero algunos expertos médicos clasifican la querofobia como una forma de ansiedad y últimamente parece ponerse de manifiesto que este miedo a la felicidad presenta una alta correlación con la depresión, aunque pasa más desapercibido.
No obstante, aunque puede llevar tiempo, es posible vencer estos temores.
Identificar este temor y superarlo mediante terapias específicas podría constituir un primer paso fundamental para alcanzar un poco de bienestar mental y social.
¿Tía, qué están haciendo ustedes? -esperando a que pase una libélula. ¿Para qué? -porque mi amiga no las conoce y quiere ver una… Yo tengo un libro que tiene el dibujo de una libélula. -la libélula del libro no sirve. ¿Por qué? -porque ella quiere escribir un haiku *. ¿Qué es haiku? -es esperar que pase una libélula.
-Del muro de Nélida Cañas-
Si estas palabras han llegado hasta ti, tengo la sospecha de que esta vez no será una casualidad. Te pediré que tengas un poco de paciencia, algo de curiosidad y que continúes leyendo para que llegues hasta el final y lo descubras.
Todo empezó cuando Alvin murió. No fui capaz de despedirla como merecía porque ¡cómo cuesta decir adiós! Cómo cuesta poner un punto y final a las historias. Por apego o porque nos aferramos sin tregua a aquello que queremos, a lo que forma parte de nuestro camino, nuestro equipaje, nuestro álbum de fotografías. Lo cierto es que tanto a la pena, como al amor, al dolor o al miedo cuesta mucho encontrarles las palabras correctas. O al menos aquellas que se le parezcan.
Pero tratándose de ella, conociéndola tanto como la conozco y habiendo mirado soñadora tantas veces a las estrellas, tenía la certeza que había partido de esta vida con una bendición. Y esa bendición ahora formaba parte de mí. Había depositado en mis manos la admiración, la fantasía, la perseverancia, la lucha, lo esencial, las entrañas y unas pisadas en un suelo blanco y rojo que, después de todo, seguirán en este mundo cada vez que yo le dé continuidad en su nombre y con su ejemplo. Por algo será que nos cuesta tanto decir adiós.
Porque llevó siempre consigo unas enormes ganas de vivir, como si no hubiera un mañana. Quizá porque a menudo era consciente de que el mañana no depende nunca de nosotros. Y sabía reconocer qué era importante y cuándo era importante. No creía en la celebración de los momentos especiales. Ella era capaz de hacer de cada día un momento para celebrar.
Es justo por eso que siento que no puedo hacerle esto. No puedo aferrarme a un pasado que ya no existe. No puedo dudar a la hora de decirle adiós, su barquito de papel no puede quedar varado por más tiempo; y ahora toca esperar a que un día vuelva a ver «batir sus alas». Porque ha llegado el momento de la transformación.
Las que fueron siempre sus ganas de vivir no permiten más tiempo de espera, ni más tristeza; uno tiene casi la obligación de seguir viviendo con sus mismas ganas. Se lo debo. Espero que sepa perdonarme el tiempo que he tardado en darme cuenta.
«Mi cazador de libélulas,¿hasta dónde se me habría extraviado hoy?» -Haga no Chiyo-
Tan importante fue para mí, que es mi única intención conseguir despedirme con la misma alegría y con el mismo cariño con los que compartí sus días más felices. Y aunque me cueste la misma vida las despedidas, hace 16 años aprendí una importante lección para comprender, sin más, el verdadero significado de despedir a alguien, de poner un punto y final o pasar página en algún episodio de la vida.
Y no he encontrado, hasta hoy, mejor ocasión para compartirlo:
«En el fondo de un viejo estanque vivía un grupo de larvas que no comprendían por qué cuando alguna de ellas ascendía por los largos tallos de lirio hasta la superficie del agua, nunca más volvía a descender donde ellas estaban.
Se prometieron unas a otras que la próxima de ellas que subiera hasta la superficie, volvería para decirles a las demás lo que le había ocurrido.
Poco después, una de dichas larvas sintió un deseo irresistible de ascender hasta la superficie.
Comenzó a caminar hacia arriba por uno de los finos tallos verticales y cuando finalmente estuvo fuera se puso a descansar sobre una hoja de lirio. Entonces experimentó una transformación magnífica que la convirtió en una hermosa libélula con unas alas bellísimas.
Trató de cumplir su promesa, pero fue en vano. Volando de un extremo al otro de la charca podía ver a sus amigas sobre el fondo. Pero sus amigas no podían verla a ella.
Comprendió que incluso si ellas a su vez hubieran podido verla, nunca habrían reconocido en esta criatura radiante a una de sus compañeras»
Del libro «Cuentos para crecer y curar» de Michel Dufour
La moraleja no puede ser más simple: que después de esa transformación que llamamos muerte, despedida o final no podamos volver a ver a nuestros seres queridos, ni comunicarnos con ellos, no significa que hayan dejado de existir en nuestra vida, ni mucho menos que hayamos dejado de quererlos … El amor sencillamente se transforma.
«LA MUERTE, NO ES MÁS QUE UN CAMBIO DE MISIÓN». (León Tolstoi)
Quien sabe de lo que hablo, quien ha visto una libélula, o sueña con verla y reconocerla, ha entendido una forma superior de amar. Un amor incondicional que continúa aunque no puedas ver, aunque no puedas tocar, oler o escuchar.
Es el amor que permanece pese a todo. El amor que empaña nuestra mirada de nostálgica alegría al recordar los aprendizajes que merecen la pena, que sobreviven al tiempo y al espacio físico.
Quien ha pasado el duelo y lo ha vivido sabe bien de qué hablo y estará de acuerdo conmigo en que no hay palabras que lo expliquen, pero esa transformación es un sentimiento oceánico, cumbre, privilegiado.
Así que cuando veas una libélula rondar tu vera, no intentes capturarla o perseguirla, es un hada de alma libre, alguien que intenta cumplir su promesa con algún ser querido que seguramente lo estará echando de menos.
Contempla serenamente su vuelo y déjala partir.
Cuenta la leyenda que al principio de los tiempos, cuando apenas se habitaba la Tierra, las almas se transformaban en hadas para ayudar a sus seres queridos con sus labores diarias con magia. Para no tener que partir. Pero tenían prohibido establecer vínculos para no alterar el orden de la naturaleza. Sin embargo, como Eva en el paraíso, algunas hadas desobedecieron, siendo castigadas convertidas en libélulas sin la posibilidad de hablar, aunque seguían leyendo los pensamientos, mantenían la intuición, la belleza y la magia para conceder sueños y deseos.
Años más tarde se les ofreció volver a su forma original pero ellas no quisieron renunciar a su cuerpecillo de libélula, sintiéndose mucho más libres de apegos. Y vivieron para siempre así.
Y hoy en día nos recuerdan que en un lugar en donde hubo dolor, nació algo mágico y bello. Pensamientos que ayudan a sanar emocionalmente las heridas de la nostalgia. Y lejos de misticismos en los que cada uno decide si creer o no, el baile de las libélulas con el viento es una lección que aprender. ¿Cómo de rápido somos capaces de adaptarnos a las circunstancias de cambio que nos propone la vida? Paciencia, resiliencia y constancia.
¿Debemos aferrarnos a la forma en la que esperamos que sean las cosas o estamos dispuestos para vivir tal cual acontece la vida?
Seamos capaces de adaptarnos, aprendamos a ser flexibles y a continuar con la nostalgia como parte de la vida.
La magia no existe porque nadie cree en ella. Pero cuando necesitas creer en la magia para que las personas que son parte de ti no se vayan del todo, la magia de las libélulas no defrauda.
Recuerda que el amor de quien partió se transforma, no muere, pervive en alguien especial para ti que lleva su esencia. Y si has llegado hasta aquí, tanto si has visto alguna vez «tú libélula», rondando tu ventana como si no, ha llegado el momento de sorprenderte.
Siempre habrá alguien dispuesto a alzar el vuelo de una libélula en tu vida. Hay una para ti. Deseo que la encuentres y puedas escribir tu propio *haiku.
«Hay demasiadas personas que sobrevaloran lo que no son
y subestiman lo que son».
(Malcolm Forbes)
Hoy tocaba examen de matemáticas y mientras se repartían las hojas, Paloma ha pensado en voz alta:- “no sé para qué lo hago, si seguro que voy a suspender”.
Un ocasión ideal para explicar la importancia de confiar en nosotros mismos, si queremos afrontar (poco a poco) esas dificultades con una actitud de iniciativa. Proactividad en lugar del lamento.
– “Puede que suspendas, no lo sabemos. Pero no es lo mismo que suspendas con un 1 a que suspendas con un 4. Con un 4 hoy, estás más cerca de un aprobado la próxima vez. Así que ni siquiera te voy a pedir que hagas el examen creyendo que puedes aprobar. Sin embargo, sí te voy a pedir que lo hagas con todas las ganas que encuentres dentro de ti para sacar la mejor nota posible, aunque suspendas. Con eso me sentiré tremendamente orgullosa de ti”
Paloma sonrió conforme y me contestó: – “Poner ganas sí sé hacerlo”. Y comenzó a responder el examen.Seguir leyendo «Autoestima»→
mientras la gente elija sólo lo que le han enseñado a elegir»
Idries Shah
Seguro que mientras leas esto pensarás en lo obvio de esta situación y la poca relevancia que tiene sobre nuestra vida. Pero pregúntate antes de empezar a leer cuantas cosas no haces porque piensas que «no se te da», cuántas te limitas o te castigas por miedos, complejos o inseguridades aprendidas. Cuantos «NO» has pronunciado a los demás (y a ti mismo) porque en alguna ocasión anterior las cosas no salieron bien. Seguir leyendo «El síndrome de Lucio»→
A Juan se le cayó un anillo dentro de una taza llena de café,
pero el anillo no se mojó. ¿Cómo puede ser?
Realizado por L. V. J.
En estos tiempos en los que tenemos que adaptarnos a nuevas formas de afrontar el día, es una buena oportunidad para probar otras alternativas de aprendizaje y de entrenamiento cognitivo. Es el momento perfecto para ver las cosas de otro modo.
El aburrimiento es la excusa perfecta para entrenarnos en el pensamiento lateral. Veamos porqué.
El pensamiento lateral es la forma alternativa de resolver situaciones o problemas de la vida cotidiana de una forma creativa, abandonando el pensamiento lógico y racional que acostumbramos a premiar en las escuelas. Es un modo diferente de utilizar tu mente.
“Cuando estamos en contacto con nuestra humanidad en común, recordamos que los sentimientos de insuficiencia y decepción son compartidos por todos. Esto es lo que distingue la compasión hacia uno mismo con la lástima. Mientras que la lástima dice “pobre yo”, la compasión hacia nosotros mismos nos recuerda que todos sufrimos y nos ofrece confort porque todos somos humanos. El dolor que siento en momentos difíciles es el mismo dolor que tú sientes en momentos difíciles. Los disparadores son distintos, las circunstancias son distintas, el nivel del dolor es distinto, pero el proceso es el mismo. No siempre puedes obtener lo que quieres. Esto es verdad para todos”
La expresión “Two in distress makes sorrow less” (dos en apuros hacen que la pena sea menor) se dice con un sentido de alivio al descubrir que no somos los únicos que pasamos por una adversidad; no porque los problemas mejoren, sino por cierto sentimiento de tranquilidad que parece acompañar a esta comparación. Una parte del efecto terapéutico de los grupos de autoayuda tiene que ver con esto.
Varios dichos populares hacen alusión a esta sensación. «Desgracia compartida, menos sentida» son palabras que apuestan por el sentimiento reconfortante.
En alemán encontramos el término «Schadenfreude» para describir esa especie de «júbilo» que ocurre con los infortunios del vecino.