Transformación

 

img_9358.jpg
¡Gracias!

 ¿Tía, qué están haciendo ustedes?
-esperando a que pase una libélula.
¿Para qué?
-porque mi amiga no las conoce y quiere ver una…
Yo tengo un libro que tiene el dibujo de una libélula.
-la libélula del libro no sirve.
¿Por qué?
-porque ella quiere escribir un haiku *.
¿Qué es haiku?
-es esperar que pase una libélula.

-Del muro de Nélida Cañas-

460d8108-f134-48c7-821e-15da3af635d6

 

Si estas palabras han llegado hasta ti, tengo la sospecha de que esta vez no será una casualidad. Te pediré que tengas un poco de paciencia, algo de curiosidad y que continúes leyendo para que llegues hasta el final y lo descubras.

Todo empezó cuando Alvin murió. No fui capaz de despedirla como merecía porque ¡cómo cuesta decir adiós!  Cómo cuesta poner un punto y final a las historias. Por apego o porque nos aferramos sin tregua a aquello que queremos, a lo que forma parte de nuestro camino, nuestro equipaje, nuestro álbum de fotografías. Lo cierto es que tanto a la pena, como al amor, al dolor o al miedo cuesta mucho encontrarles las palabras correctas. O al menos aquellas que se le parezcan.

Pero tratándose de ella, conociéndola tanto como la conozco y habiendo mirado soñadora tantas veces a las estrellas, tenía la certeza que había partido de esta vida con una bendición. Y esa bendición ahora formaba parte de mí. Había depositado en mis manos la admiración, la fantasía, la perseverancia, la lucha, lo esencial, las entrañas y unas pisadas en un suelo blanco y rojo que, después de todo, seguirán en este mundo cada vez que yo le dé continuidad en su nombre y con su ejemplo. Por algo será que nos cuesta tanto decir adiós.

Porque llevó siempre consigo unas enormes ganas de vivir, como si no hubiera un mañana. Quizá porque a menudo era consciente de que el mañana no depende nunca de nosotros. Y sabía reconocer qué era importante y cuándo era importante. No creía en la celebración de los momentos especiales. Ella era capaz de hacer de cada día un momento para celebrar.

Es justo por eso que siento que no puedo hacerle esto. No puedo aferrarme a un pasado que ya no existe. No puedo dudar a la hora de decirle adiós, su barquito de papel no puede quedar varado por más tiempo; y ahora toca esperar a que un día vuelva a ver «batir sus alas». Porque ha llegado el momento de la transformación.

Las que fueron siempre sus ganas de vivir no permiten más tiempo de espera, ni más tristeza; uno tiene casi la obligación de seguir viviendo con sus mismas ganas. Se lo debo. Espero que sepa perdonarme el tiempo que he tardado en darme cuenta. 

«Mi cazador de libélulas,¿hasta dónde se me habría extraviado hoy?» -Haga no Chiyo-

Tan importante fue para mí, que es mi única intención conseguir despedirme con la misma alegría y con el mismo cariño con los que compartí sus días más felices. Y aunque me cueste la misma vida las despedidas, hace 16 años aprendí una importante lección para comprender, sin más, el verdadero significado de despedir a alguien, de poner un punto y final o pasar página en algún episodio de la vida.

Y no he encontrado, hasta hoy, mejor ocasión para compartirlo:

 «En el fondo de un viejo estanque vivía un grupo de larvas que no comprendían por qué cuando alguna de ellas ascendía por los largos tallos de lirio hasta la superficie del agua, nunca más volvía a descender donde ellas estaban.

Se prometieron unas a otras que la próxima de ellas que subiera hasta la superficie, volvería para decirles a las demás lo que le había ocurrido.

Poco después, una de dichas larvas sintió un deseo irresistible de ascender hasta la superficie.

Comenzó a caminar hacia arriba por uno de los finos tallos verticales y cuando finalmente estuvo fuera se puso a descansar sobre una hoja de lirio. Entonces experimentó una transformación magnífica que la convirtió en una hermosa libélula con unas alas bellísimas.

Trató de cumplir su promesa, pero fue en vano. Volando de un extremo al otro de la charca podía ver a sus amigas sobre el fondo. Pero sus amigas no podían verla a ella.

Comprendió que incluso si ellas a su vez hubieran podido verla, nunca habrían reconocido en esta criatura radiante a una de sus compañeras»

Del libro «Cuentos para crecer y curar» de Michel Dufour


La moraleja no puede ser más simple: que después de esa transformación que llamamos muerte, despedida o final no podamos volver a ver a nuestros seres queridos, ni comunicarnos con ellos, no significa que hayan dejado de existir en nuestra vida, ni mucho menos que hayamos dejado de quererlos … El amor sencillamente se transforma.

«LA MUERTE, NO ES MÁS QUE UN CAMBIO DE MISIÓN». (León Tolstoi)

Quien sabe de lo que hablo, quien ha visto una libélula, o sueña con verla y reconocerla, ha entendido una forma superior de amar. Un amor incondicional que continúa aunque no puedas ver, aunque no puedas tocar, oler o escuchar. 

Es el amor que permanece pese a todo. El amor que empaña nuestra mirada de nostálgica alegría al recordar los aprendizajes que merecen la pena, que sobreviven al tiempo y al espacio físico.

Quien ha pasado el duelo y lo ha vivido sabe bien de qué hablo y estará de acuerdo conmigo en que no hay palabras que lo expliquen, pero esa transformación es un sentimiento oceánico, cumbre, privilegiado.

Así que cuando veas una libélula rondar tu vera, no intentes capturarla o perseguirla, es un hada de alma libre, alguien que intenta cumplir su promesa con algún ser querido que seguramente lo estará echando de menos.  

Contempla serenamente su vuelo y déjala partir.

Cuenta la leyenda que al principio de los tiempos, cuando apenas se habitaba la Tierra, las almas se transformaban en hadas para ayudar a sus seres queridos con sus labores diarias con magia. Para no tener que partir. Pero tenían prohibido establecer vínculos para no alterar el orden de la naturaleza. Sin embargo, como Eva en el paraíso, algunas hadas desobedecieron, siendo castigadas convertidas en libélulas sin la posibilidad de hablar, aunque seguían leyendo los pensamientos, mantenían la intuición, la belleza y la magia para conceder sueños y deseos.

Años más tarde se les ofreció volver a su forma original pero ellas no quisieron renunciar a su cuerpecillo de libélula, sintiéndose mucho más libres de apegos.  Y vivieron para siempre así.

Y hoy en día nos recuerdan que en un lugar en donde hubo dolor, nació algo mágico y bello. Pensamientos que ayudan a sanar emocionalmente las heridas de la nostalgia.  Y lejos de misticismos en los que cada uno decide si creer o no, el baile de las libélulas con el viento es una lección que aprender. ¿Cómo de rápido somos capaces de adaptarnos a las circunstancias de cambio que nos propone la vida? Paciencia, resiliencia y constancia.

¿Debemos aferrarnos a la forma en la que esperamos que sean las cosas o estamos dispuestos para vivir tal cual acontece la vida?

Seamos capaces de adaptarnos, aprendamos a ser flexibles y a continuar con la nostalgia como parte de la vida.

La magia no existe porque nadie cree en ella. Pero cuando necesitas creer en la magia para que las personas que son parte de ti no se vayan del todo, la magia de las libélulas  no defrauda.

Recuerda que el amor de quien partió se transforma, no muere, pervive en alguien especial para ti que lleva su esencia. Y si has llegado hasta aquí, tanto si has visto alguna vez «tú libélula», rondando tu ventana como si no, ha llegado el momento de sorprenderte.

Siempre habrá alguien dispuesto a alzar el vuelo de una libélula en tu vida. Hay una para ti. Deseo que la encuentres y puedas escribir tu propio *haiku.

 

IMG_9405

Pincha para ver tu libélula