Recuérdaselo

Llueve sin parar. Una niebla intensa cubre la vista que tanto me gusta observar desde mi ventana. Una morriña existencial gallega inevitablemente recorre mis venas. El agua golpea con fuerza. Agradezco profundamente esa estampa. Le da carácter.

Es mi entrada número cien, con 25.000 visitas hablando de algo tan lejano como las emociones en un mundo de superficialidades. Un día especial. Una celebración entrañable: 90 años de agradecida existencia, de su vida y de recuerdo. Y sigo sin creer en la casualidad.

¿Qué merecería esa entrada tan especial? Se trata de volver a los orígenes, para no perder el rumbo.

Cuando escribí mi primera entrada, sobre la inspiración, en la que quería despegar los pies del suelo, alguien trató de bajármelos a la tierra. Colocando el mérito en escribir una segunda, enseñándome el alto porcentaje que no pasaba de ahí.

Estaba claro que esa persona no me conocía bien, no sabía que celebro cada kilómetro en la carrera, cada entrada publicada, cada año cumplido, cada reto superado; que salto cada charco en la tormenta, que brindo cada copa servida, que caigo varias veces en todas las piedras del camino, que doy varias vueltas hasta llegar a un destino. No me doy por vencida. Es posible que no haya persona más obcecada. Da igual las horas de sueño que me robe, las lagrimas que derrame, las vueltas a la rotonda que tenga que dar, la salud o el precio que haya que pagar.

Durante años me taladraron los oídos con mi “difícil temperamento”. Con esa frasesita de “no le ganó una”. Suerte que cuando quiero, sé volverme sorda. Porque a estas alturas, solo puedo decir: ¡BENDITO CARÁCTER!!!

Ese carácter que se desarrolla con la fusión del temperamento heredado de los padres y del instinto que despierta el entorno que nos rodea.

Mi santo padre siempre decía que la dureza de carácter era la fragilidad de sentimientos. Puede que él si conociera a las guerreras con la armadura que da el carácter mejor que nadie. De hecho, todos sabemos que se enamoró de una. Y nunca la soltó.

Así que aquí va mi entrada número cien, para celebrar ese jodido carácter que tanto ha hecho sufrir a más de uno. A mí, la primera.

Por todas esas niñas, niños, hombres y mujeres con “carácter” que, aunque nadie se lo diga en toda su vida, poseen un valor potencial, un seguro de vida y un exquisito talento entre sus manos. Esas personas a las que siempre les llueve encima, porque se muestran tan sólidas que parece que pueden con todo.

Por todas esas personalidades con carácter que intentamos domesticar, silenciar en las aulas, que sin darnos cuentas nos empeñamos en convertirlas en normales y comunes, y les lanzamos un mensaje implícito de que no está bien tener carácter.

Mírala bien. Cuanto más gruesa es la armadura, más frágil es lo que protege. La fragilidad, que no la debilidad, supone tener una sensibilidad especial para experimentar todo tipo de sentimientos sin tregua. Indica la intensidad de las emociones y es la base del coraje para conseguir los más altruistas propósitos. No machaquemos esa sensibilidad que tanta falta hace en el mundo en que vivimos. No ahoguemos ese don. Aunque el mundo no esté preparado todavía para verlo, no las reduzcamos a cenizas de normalidad.

Si conoces a alguna, recuérdale su fuerza, su encanto, su valor. Hazlo siempre que puedas: que no cambie esa entrega, ese perseverancia, esa energía. Que el mundo necesita sus armas de fuego, su resistencia, su empeño, su voluntad.

Que nadie les haga sentir de menos con ese retintín de “menudo carácter”, una crítica que cuestiona la fuerza vital, la capacidad inagotable para luchar y la energía incansable por adaptarse (después de luchar) a todo lo que esté por venir. Para arriesgar lo que sea, cuando sea, por quien sea. Para no conformarse. Siempre dispuestas. Siempre guerreras, enfadonas, belicosas, combatientes, defensoras. Les guste, o no, a los demás. Ese es el precio.

Guíala, edúcala, encamínala, recondúcela, desarrolla su potencial, pero no la cambies. Deja que se expanda sin miedo, que confíe en sí misma, que se conozca para que aprenda a autogestionarse. Pero no trates de cambiar su esencia.

Si te encuentras con una, obsérvala, trátala con cuidado. Ser fuerte, ruda, valiente conlleva un precio a pagar que no siempre es fácil gestionar. Ahí donde las ves habitualmente comiéndose el mundo, habría que verlas en la intimidad, limpiándose rasguños. Porque a menudo parece que, aparentemente siempre fuertes, no les hace falta que nadie les facilite nada. Independientes las llaman. Con el mundo por bandera, siempre a su manera… Aun así, no la dejes sola, no la des por perdida, no le des la espalda.

Cuídala, abrázala, cálmala. La lucha agota, ser siempre fuerte desgasta, estar en primera fila del campo de batalla lastima. Y las heridas cicatrizan, pero dejan marca.

Así que si ves a una por ahí, tenga la edad que tenga, toma diez segundos para decirle que valoras su tesón, su voluntad, su capacidad de afrontar el mundo, su forma de ser. Dale la vida. Déjala crecer siendo quien es. Aliéntala. Protégela. No des por hecho que lo sabe. Y aunque lo sepa, recuérdaselo.

Traspasa esa fachada. Tras esa armadura se esconde una persona que calla duelos, que silencia miedos, que aún dolida siempre encuentra la fuerza suficiente para luchar por alguien más. Que aún a punto de morir, aún muerta de miedo, no se rinde. Que no sabe ser de otra manera. Que no quiere ser de otra manera.

Y si un día la encuentras llorando, la ves alejarse o desaparecer como el Guadiana. Si parece tirar la toalla, darse por vencida o abandonar la batalla, déjala irse, déjala llorar, dale su espacio: ella necesita irse para volver con más fuerza.

Pero cuando vuelva, por favor, recuérdaselo.

6 comentarios sobre “Recuérdaselo

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