¡¡Vamos a descorchar la alegría!! Aunque sea por un instante. Vamos a celebrar algo pequeño. Vamos a ponerle nombre a algo o a alguien por quien hoy quiero brindar.
Muxote Potolo bat
Se trata de «La vida con Glut 1» contada por los pacientes y sus familias. Cómo se vive con una enfermedad minoritaria narrada directamente por sus protagonistas, justo en el momento del descubrimiento de que, en muchas ocasiones, la lucha por la consecución de los objetivos marcados puede cegarnos, no dejándonos ver todo lo que se ha estado consiguiendo por el camino, con mucho esfuerzo, incomprensión y lágrimas, durante años.
Está bien querer seguir avanzando, pero la celebración de los éxitos constituye un motor potente de motivación que no debemos pasar nunca por alto.
Es una reflexión sensible para las familias, pero también para los profesionales que tenemos la suerte de aprender en el camino con ellos. Quizá porque caemos muy poco en la cuenta de la necesidad de evidenciar, cuantificar y verbalizar esos logros, cuando la familia no puede hacerlo, fruto de la tensión acumulada por los años.
Efectivamente celebramos poco, mucho menos de lo que deberíamos, el fruto del esfuerzo. Pero si miramos atrás, haciendo un recorrido longitudinal estoy segura de que nuestras expectativas más altas y soñadoras se han superado con creces. Y eso se merece una celebración a lo grande.
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Recuerda siempre esto: Tú me enseñaste a ser feliz. Y no podemos enseñar lo que no sabemos. Así que en algún rincón de ti, aguarda la fuerza para serlo, cuando se esté preparado.
Se había ganado a pulso la fama de ser la persona más persistente (a ratos, incluso la más obstinada) cuando tenía una meta en la cabeza. Por más difícil que las cosas se pusieran, por mas que el cansancio, la falta de sueño o la escasez de esperanza tocarán a su puerta, seguía contra viento y marea. Se resistía a tirar la toalla porque creía firmemente que era capaz de aprender (y de hacerle aprender) a ser feliz. Y era eso, más que cualquier otra cosa, lo que le hacía perder la cabeza por ella.
Lo más sencillo era desistir, retirarse. Abandonar. Invertir todo esfuerzo y dedicación en otra meta. Y lo hizo. Pero como quien planta semillas, vio su insistencia germinar. Se había obrado otro pequeño milagro. Porque lo más difícil para cambiar el miedo a ser felices, es reconocer que lo sentimos. Y otra vez, como si fuese magia, cayó del cielo sin pedirlo.
Como cada mañana, desde que abría la persiana se fijó en la luz de un sol esplendoroso. Esa sensación de abrir un ojo con el primer café de la mañana que no deja lugar a la duda. Se regocijó en el silencio que dan las horas en las que los seres humanos duermen.
Sintió la calma de estar donde debía estar, porque aunque aún no había llegado su destino, parecía tener claro a dónde quería dirigirse. Y eso le daba paz, porque durante años descifrar esa ecuación le pareció lo más complicado. Ya tenía el error repetido. Lo había encontrado. Y no era un mal comienzo.
Llegados a esa conclusión, decidió darse una tregua y se la pidió también a ella. Porque no sabia pedirse las cosas a sí misma. Así que se atrevió a pedirle que, al menos por esta vez, lo hiciera por ella. Le pidió que fijara toda su atención en todo lo que tenía, en lugar de en lo poco que le faltaba.
Que diera las gracias por tener alguna pequeña incertidumbre que la mantuviera alerta y entretenida. De lo contrario, todo sería sumamente aburrido. Y lo que es peor, a falta de uno, su mente se empeñaría en imaginarse algún drama desproporcionado.
Le pidió que, incluso teniendo la sensación de que no todo estaba bajo control, se recordara a sí misma la plenitud que estaba viviendo al poder con todo aquello.
Que se repitiera cien veces, si era necesario, cuántos motivos tenía para darle las gracias a la vida, en lugar de hacer listados de todo lo que había salido mal en el pasado; y lo que era aún peor, de todo lo que podría “ imaginariamente” pasar en el futuro. Que es como dolerte una herida que aún no te has hecho.
Quizás no conseguiría (de momento) sanar sus cicatrices del pasado, pero intentaría que no sangraran las heridas que no existen.
«Y si un día no tienes ganas de hablar con nadie, llámame… estaremos en silencio.»
Gabriel García Márquez
Es curioso cuánto podemos aprender de un niño. De él todavía más.
Llegó para colmar de felicidad a unos padres que lo deseaban con todas sus fuerzas. Que lo hicieron todo para acogerte.
Pero también llegó para enseñarnos como el amor puede sanarnos. Para comprobar como un auténtico aluvión de cariño, protección y amparo pueden enderezar la misma vida. Para recordarnos que aunque uno parta en desventaja en el inicio de la vida, llegan oportunidades para reconstruirnos de cero. Llegó para demostrar que el amor de verdad todo lo puede. Absolutamente todo, por muy feas que se pongan las cosas. Porque el amor es así, está por encima de todo. Seguir leyendo «Terapeuta vital»→
Se llama Rigoberta. Así la llaman en su casa. Desde primera hora, cuando llega a la mía para ir juntos al colegio, se le escucha según entra por la puerta cómo empieza el día bien acompañada de ilusiones.
Nada más llegar te busca, te da los buenos días con una gran sonrisa. Te abraza. Te alegra ya la mañana. E inmediatamente después se prepara y te lanza su primera pregunta. Nos reímos. Las dos sabemos bien que no será la última. Cuando le digo «¿ya empiezas con las preguntas de cada día?», ella se ríe. No tarda ni medio minuto y comienza su maratón interrogatorio. A veces parece que las trae hasta preparadas del día anterior. Seguir leyendo «Una preguntita para Rigoberta»→
Tal como fue prometido, aquí tenemos más dinámicas para seguir profundizando en el entrenamiento de la atención plena de nuestros alumnos.
Tras unos cuantos días de reflexión, he de reconocer que en los inicios no me sumergía de manera apasionada en el entrenamiento de la atención plena. No fue una elección. Fue algo así, como por casualidad, como fui a dar con el mindfulness; pero cuanto más lo pongo en marcha con los niños, más me gusta lo que observo en el grupo en general, y en cada uno de ellos en particular. Así que hubo que seguir investigando. Seguir leyendo «Más mindfulness…»→
A pesar de que a menudo se crea que los borrachos y los niños no mienten, lo cierto es que trabajando con niños uno llega a la conclusión de que mentir es un aprendizaje que se inicia a muy temprana edad. A pesar de que gastamos enormes esfuerzos por enseñarles que no está bien mentir, somos los adultos los que les entrenamos, con nuestro ejemplo, en este peculiar arte de la mentira.
Esta semana una madre me pedía ayuda para tratar de evitar que su hijo no mintiera. A lo que yo me plantaba: ¿qué clase de valor se le otorga a la verdad en los tiempos que corren? Seguir leyendo «¿Verdad o mentira?»→