*Imagen de https://images.app.goo.gl/Yhk2qMNgDtU8wKcB8
Algo se me removió por dentro y me hizo pensar, cuando no fui capaz de responder a la simple pregunta de qué era lo que más me había gustado de este viaje. Una pregunta frecuente que le hago a los niños. Y qué me ayuda a saber por donde va su pensamiento. Aunque ahora no supiera por donde iba el mío.
Pensé en las tortugas. Los columpios. Bromo o Ijen. Los atardeceres. El cielo estrellado. Los campos de arroz o los miles de templos. Quizá el océano Pacífico, las olas kilométricas o las cataratas en medio de una vegetación sacada de un cuento. Dicho así todo parecía idílico. Pero la vida tiene una curiosa forma de mostrar las cosas.
**Añadiría más fotos del viaje, cualquiera de las miles de fotos que saqué; si no fuera porque el destino decidió que no quedara ni un solo recuerdo de él. Ni fotos, ni compras, ningún recuerdo material. Solo aprendizajes.
Fue entonces, cuando concluí en qué era lo que más me había gustado, que tuve la sensación de que todos los regalos valiosos que te da la vida llegan en forma de granadas. Duelen, pero te enseñan.
Viajar suele ser una buena forma para mantenerse en constante crecimiento, especialmente cuando te sientes estancado. Recientemente se ha dado a conocer el síndrome de Wanderlust, que es mucho más que las ganas de irse de vacaciones que todos tenemos. La pasión por viajar y por descubrir nuevos lugares y culturas, buscando qué contar y dando rienda suelta al espíritu aventurero. Es la necesidad de no estar demasiado tiempo en un lugar. El centro de la vida de quienes lo padecen.
Más allá de una moda, algunos expertos aseguran que el síndrome de Wanderlust en realidad se encuentra en el gen DRD4-7r, un receptor de dopamina (neurotransmisor del placer) que ha sido bautizado como «el gen viajero».
Pero los genes son solo una parte de un milagro de tres patas. La interacción de los genes, el medio ambiente y la nutrición se unen de manera muy compleja para producir la variedad del comportamiento humano.
Nuestro entorno, con quién convivimos y en qué pensamos termina, entre otras cosas, por definir nuestro comportamiento, y en ocasiones hasta límites insospechados. Ver epigenética.
Y muchas veces ese entorno provoca más que la necesidad de viajar, la necesidad de escapar. Desde que se descubriera que una de las posibles líneas terapéuticas para tratar la esquizofrenia era sacar al paciente de su entorno tóxico, se empezó a determinar hasta qué punto el contexto vital es capaz de causar diferentes patologías.
Dicen que viajar nos permite salir de la realidad. Y a veces se trata de una huida urgente de un exceso de realidad, conocido con el síndrome de Montaigne.
Fue el humanista Michel de Montaigne (1533-1592) quien una vez acertó a decir “A quien me pregunta la razón de mis viajes les respondo que sé bien de que huyo pero ignoro lo que busco”. No podría explicarse mejor.
Desde luego que no siempre un viaje supone una huida, pero a veces se llega a convertir en una conducta adictiva que mantiene lejos una realidad jodida que, o no podemos, o no queremos ver. Montaigne pensaba que viajar era una forma de escapar, de huir de tu realidad, de lo cotidiano, de los problemas personales.
El español Miguel de Unamuno también insistía en el concepto del viaje como huida cuando decía “se viaja no para buscar el destino sino para huir de donde se parte”. Más que preocupadas por el destino, a estas personas les atrapa el hecho de estar en ese continuo movimiento.
Así Abu Dhabi, Singapur, Yakarta, Java, Bali, Lombok o Gilli, se convirtieron en un pasaporte ideal intencionado para salir por un momento de la realidad. Un destino conocido como «El paraíso». Curioso concepto.
Mensajes como: “Sal de tu zona de confort».» No te conformes con poco. Nunca pares hasta que lo bueno sea mejor, y lo mejor sea excelente. Vivir feliz en la playa, cerveza en mano, sin preocupaciones, donde siempre sale el sol; y hagas lo que hagas, no te olvides de ser feliz” rezan en cada centímetro cuadrado de muchas de sus islas.
Más que el paraíso, Indonesia se ha convertido en el escenario perfecto donde se invita a la búsqueda de la felicidad. Una invasión de letreros, cuadros, pinturas, carteles alusivos a la calma, el amor, la diversión, la plenitud, la esperanza, la amistad… que uno parecía casi obligado a estar allí, en EL PARAISO, buscando LA FELICIDAD.
Si uno profundiza en su historia, empezando por los terremotos y tsunamis que azotan el país con al cantidad de vidas perdidas y las enormes dificultades vitales que dejan a su paso, se entiende esa necesidad de invocar continuamente a la felicidad en cualquier esquina por cuestiones puramente de supervivencia económica y psicológica. Yogyakarta, Canggu, Lombok…, todo estaba sumergido en un “cultura positivista” como un dogma o una obligación para remontar psicológicamente. Y me gustó que fuera así. Demuestra el coraje por sobrevivir que afortunadamente acompaña a todos los seres humanos.
“Viajar sirve para ajustar la imaginación a la realidad, y para ver las cosas como son en vez de pensar cómo serán”.
-Samuel Jonhson-
Pero la realidad es que en los últimos años, en todo el mundo, al igual que en Indonesia, parece haber una tendencia a impulsar e incluso imponer la idea de estar siempre feliz. De estar obligados a la búsqueda ansiosa de la felicidad. Y lo peor de todo es que te dicen dónde encontrarla, qué debes hacer para conseguirla y a qué renunciar para alcanzarla.
Sin duda es bonito e inspirador contribuir a transmitir energías positivas e incluso a facilitar nuestro día a día. Pero últimamente estamos invadidos por este tipo de mensajes. «Destapa la felicidad» (refresco), «El futuro es apasionante» (telefonía), «Ser feliz cuesta muy poco» (electrónica), «La felicidad siempre es la respuesta» (muebles), «¿Te atreves a cambiar el mundo?» (chocolate), «Felicidad de la buena» (crema de cacao)…
La escuela, la empresa, la publicidad, … hasta la psicología positiva promete ofrecer las claves de la felicidad. Edgar Cabanas y Eva Illouz lo explican muy bien en Happycracia, un ensayo sobre cómo la industria de la felicidad controla nuestras vida. Hasta los propios expertos en la disciplina tienen mucha dificultades para definir el propio concepto de felicidad y sobre todo para medirla.
Y curiosamente en plena era de la felicidad, donde lo tenemos todo a nuestro alcance es cuando más personas infelices encontramos. Las estadísticas indican que el consumo de antidepresivos y ansiolíticos en España se ha triplicado, desde 26,5 DHD consumidas en el 2000 a 79,5 DHD consumidas en 2013 (dosis por 1000 habitantes y día). Cifras similares a la media de la Unión Europea y otros países desarrollados
La felicidad, concepto vacío; y ahí la ven, dominándolo todo como una dictadura silenciosa. Parece que hemos pasado de reprimir todas y cada una de nuestras emociones a poder expresar solamente una: la felicidad.
Mi aprendizaje. Debemos aceptar desde la serenidad que el sufrimiento forma parte de la vida, al igual que resulta esencial entender que la felicidad también se encuentra igualmente a nuestro alcance. Pero no debemos empeñarnos por completo ni en uno ni en otro. Y menos a cualquier precio.
No estamos obligados a tener que estar o ser siempre felices, ni siquiera a tener que intentarlo. A veces no está de más profundizar un poco en nuestro dolor, nuestros anhelos o nuestras inseguridades, si al final nos sirve como aprendizaje. De esos aprendizajes que si merecen la pena.
Es necesario reflexionar detenidamente sobre cuánto de esta felicidad está bajo nuestro control o cuánto depende de nuestra actitud o nuestra propia decisión. Lo que no, afrontarlo con calma, esperando sin impaciencias un concepto de felicidad más natural, sin exaltaciones e idealismos utópicos.
Mirar nuestra vida con gratitud, valorando lo que somos y a quien tenemos, en lugar de enfocarnos en todo lo que la sociedad nos dice que nos falta.
A veces tenemos en nuestras manos todo lo que queremos para ser felices, pero no podemos vernos. Y nos volvemos infelices aspirando a lo que no necesitamos, quitándole valor a lo verdaderamente importante.
En una entrada anterior, hay toda una reflexión sobre el sentimiento oceánico, el crecimiento personal y la autorrealización, que está bien relacionado con esto. No es un aprendizaje que llega por casualidad. Hay que trabajarlo concienzudamente para verlo con claridad. «No es normal saber lo que queremos; es un extraño y difícil logro psicológico» decía Abraham Maslow.
Fue esto precisamente lo que más me gustó de mi viaje por Indonesia: No solo descubrir en medio de un paisaje peculiar (cuyas fotos nunca aparecen en guías de viaje, ni en internet, ni nadie las comenta) lo que de verdad quería de la vida, lo que ansiaba o necesitaba para ser feliz; sino darme cuenta de que ya lo tenía y no lo estaba viendo.
Uno entiende la vida de otra manera cuando por fin comprende lo que está destinado a ser, en todo su sentido; y con quien. Habrá quien le parezca tarde, pero para mí llega en el momento perfecto, cuando tenia que ser. Saber lo que es para ti te permite luchar por ello hasta conseguirlo, te marca el camino de sacrificios, compromisos y renuncias. Te permite ser disciplinado en la entrega hacia el objetivo, por muy difícil que resulte.
Ojalá todos pudiéramos encontrar en un viaje a Indonesia, o en cualquier otro recorrido, el regalo que yo me traje de recuerdo.