
“—¿Pero tú me amas?— Preguntó Alicia.
—¡No, no te amo!— Respondió el Conejo Blanco.
Alicia arrugó la frente y comenzó a frotarse las manos, como hacía siempre cuando se sentía herida.
—¿Lo ves?— Dijo el Conejo Blanco.
Ahora te estarás preguntando qué te hace tan imperfecta, qué has hecho mal para que no consiga amarte al menos un poco.
Y es por eso mismo que no puedo amarte.
No siempre te amarán Alicia, habrá días en los cuales estarán cansados, enojados con la vida, con la cabeza en las nubes y te lastimarán.
Porque la gente es así, siempre acaba pisoteando los sentimientos de los demás, a veces por descuido, incomprensiones o conflictos con sí mismos.
Y si no te amas al menos un poco, si no creas una coraza de amor propio y felicidad alrededor de tu corazón, los débiles dardos de la gente se harán letales y te destruirán.
La primera vez que te vi hice un pacto conmigo mismo : «¡Evitaré amarte hasta que no hayas aprendido a amarte a ti misma!»—
Por eso Alicia no, no te amo.”
Extraído del libro “Alicia en el país de las maravillas”

Nunca es tarde para encontrar un nuevo amigo, si además se trata del mismísimo Sombrerero Loco. No sabía nada de Alicia, acababa de encontrarla en el camino. Pero sin conocerla de nada le rogó con fuerza que no mendigara amor. Y casi de golpe ella cayó en la cuenta de que era lo que llevaba haciendo toda su vida con los amigos, con la familia, con cualquiera que se acercaba y en cualquiera de sus formas.
Mendigar amor como quien mendiga agua porque tiene sed o quien mendiga pan porque pasa hambre.
Alicia había creído siempre que los demás eran la fuente para satisfacer necesidades y carencias. Las conocía perfectamente. Era capaz de identificarlas y ponerles nombre. Incluso sabía su origen, su causa y donde más dolían.

Sin darse cuenta, hacía responsable a los demás del vacío en el que se ahogaba, reclamaba desesperada algo que siempre buscaba en cualquier lugar, salvo dentro de ella misma. Y tanto mendigaba que conseguía precisamente limosnas de afecto, que parcheaban su pena. Y lo peor es que se sentía con frecuencia juzgada y castigada por ello.
En el camino también conoció al Conejo Blanco, que puede que de verdad quisiera quererla, aunque no supiera cómo hacerlo. Así que Alicia fue entendiendo que el amor debe venir desde dentro, para poder darse a los demás sin miedos, sin esperar a cambio, sin transacciones. Descubrió una forma de amar que poco tenía que ver con el sentimiento que siempre había mendigado.
Tuvo que aprender a no responsabilizar al otro de lo que ni ella misma era capaz de darse. Incluso logró entender que lo que de los otros le lastimaba no siempre tenía que ser por falta de amor, sino por su propia falta de respeto hacia sí misma.
Así fue como, gracias al Sombrerero Loco, ella aprendió que si conseguía atenderse, escucharse, cuidarse, aceptarse, perdonarse y amarse a sí misma lo suficiente, estaría protegida ante muchas acciones de los demás. Y el amor, el de verdad, llegaría sin mendigarlo, incluso sin esperarlo.
Porque si una cosa caracteriza al País de las Maravillas, es que todo puede ser y no ser al mismo tiempo. Y mientras Alicia comenzaba a quererse, dejó de necesitar el amor del Conejo Blanco, aquel amor que tanto le atormentó durante años.
Con una calma infinita entendió aquel pacto que tanto dolor le había hecho. Lo dejó ir. A pesar de la enorme pena, encontró la fuerza y la calma para dejarlo ir. Incluso esperó mientras lo veía alejarse por el camino para confirmar que de verdad se iba. Y lo perdonó en su despedida.
Igualmente, mientras partía, Alicia decidió seguir queriendo al Conejo Blanco, aunque él había decidido no amarla. Hasta se perdonó a sí misma por no haberse amado mejor a ella misma.
Y una vez dejó de mendigar el amor, se dio cuenta de su enorme capacidad de amar a los demás, a pesar de todo. Y se quiso así, tal como era. Y se sintió aún más feliz por ello.
