Cuando se trabaja con la intuición se aprovecha mejor el potencial del cerebro, se resuelven mejor los problemas, se es más creativo, se toman mejores decisiones y se incrementa la productividad. Se es más espontáneo, lo que favorece la empatía y las relaciones con los demás.
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“No permitas que el ruido de las opiniones ajenas silencie tu voz interior. Y, lo que es más importante, ten el coraje de hacer lo que te dicten tu corazón y tu intuición. De algún modo, ya sabes aquello en lo que realmente quieres convertirte”
Daniel Goleman
Vamos aprendiendo. Despacio, pero con buena letra. Cuesta años y lágrimas, pero finalmente aprendemos a cometer nuestros propios errores y a dejar de asumir los errores ajenos.
Los errores empezaron a ser entonces menos dolorosos. Hasta cobraron sentido. Empezaron por coger forma de apuestas decididas contra viento y marea, para terminar convirtiéndose en generosas oportunidades. Solo fue cuestión de invertir y defender mi propia intuición.
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Empieza justo ahora. Inténtalo justo hoy. Llevas tiempo preparándote para esta escena del guión. Estás listo. Ha llegado tu oportunidad.
¿Que tienes miedo? Yo también. Pero a pesar del miedo, lo haremos. O dejamos que el miedo nos persiga… o podemos conquistarlo. Tú decides.
Del miedo no se huye. Uno se pone en pie. Le planta cara. Se afronta de frente, de golpe, dispuesto a morir. Se le vuelve a plantar cara, una y otra vez, hasta conseguirlo. Y yo mientras, estaré contigo.
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«…y las penosas reflexiones que pasaban por su cabeza le daban un aire tan ridículo y cómico que sentí tentaciones de sonreír.»
ROBERT LOUIS STEVENSON. La isla del tesoro
Es curioso, porque en un momento en el que la búsqueda de la felicidad (¿o del placer?) se ha convertido en una meta vital para la mayoría de los seres humanos, puede parecernos imposible la posibilidad de sentir temor hacia una emoción, en principio, positiva. Pero no solo ocurre, sino que es más frecuente de lo que cabría imaginar.
Pero,¿qué es exactamente lo que perseguimos? Si queremos trabajar en ese concepto de querofobia, es importante diferenciar entre el concepto de placer y felicidad, para marcar un objetivo eficaz.
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Recuerda siempre esto: Tú me enseñaste a ser feliz. Y no podemos enseñar lo que no sabemos. Así que en algún rincón de ti, aguarda la fuerza para serlo, cuando se esté preparado.
Se había ganado a pulso la fama de ser la persona más persistente (a ratos, incluso la más obstinada) cuando tenía una meta en la cabeza. Por más difícil que las cosas se pusieran, por mas que el cansancio, la falta de sueño o la escasez de esperanza tocarán a su puerta, seguía contra viento y marea. Se resistía a tirar la toalla porque creía firmemente que era capaz de aprender (y de hacerle aprender) a ser feliz. Y era eso, más que cualquier otra cosa, lo que le hacía perder la cabeza por ella.
Lo más sencillo era desistir, retirarse. Abandonar. Invertir todo esfuerzo y dedicación en otra meta. Y lo hizo. Pero como quien planta semillas, vio su insistencia germinar. Se había obrado otro pequeño milagro. Porque lo más difícil para cambiar el miedo a ser felices, es reconocer que lo sentimos. Y otra vez, como si fuese magia, cayó del cielo sin pedirlo.
Como cada mañana, desde que abría la persiana se fijó en la luz de un sol esplendoroso. Esa sensación de abrir un ojo con el primer café de la mañana que no deja lugar a la duda. Se regocijó en el silencio que dan las horas en las que los seres humanos duermen.
Sintió la calma de estar donde debía estar, porque aunque aún no había llegado su destino, parecía tener claro a dónde quería dirigirse. Y eso le daba paz, porque durante años descifrar esa ecuación le pareció lo más complicado. Ya tenía el error repetido. Lo había encontrado. Y no era un mal comienzo.
Llegados a esa conclusión, decidió darse una tregua y se la pidió también a ella. Porque no sabia pedirse las cosas a sí misma. Así que se atrevió a pedirle que, al menos por esta vez, lo hiciera por ella. Le pidió que fijara toda su atención en todo lo que tenía, en lugar de en lo poco que le faltaba.
Que diera las gracias por tener alguna pequeña incertidumbre que la mantuviera alerta y entretenida. De lo contrario, todo sería sumamente aburrido. Y lo que es peor, a falta de uno, su mente se empeñaría en imaginarse algún drama desproporcionado.
Le pidió que, incluso teniendo la sensación de que no todo estaba bajo control, se recordara a sí misma la plenitud que estaba viviendo al poder con todo aquello.
Que se repitiera cien veces, si era necesario, cuántos motivos tenía para darle las gracias a la vida, en lugar de hacer listados de todo lo que había salido mal en el pasado; y lo que era aún peor, de todo lo que podría “ imaginariamente” pasar en el futuro. Que es como dolerte una herida que aún no te has hecho.
Quizás no conseguiría (de momento) sanar sus cicatrices del pasado, pero intentaría que no sangraran las heridas que no existen.
«La vida es tan incierta, que la felicidad debe aprovecharse en el momento que se presenta» Alejandro Dumas.
Probablemente la palabra querofobia no te sonaba de nada, pero ¿a qué conoces ese sentimiento cuando algo parece demasiado bueno para ser verdad?
Cuando sientes que te han pasado muchas cosas buenas en poco tiempo; y te entra el pánico, pensando qué será lo próximo que está por suceder que rompa de un plumazo esa bonita sensación de felicidad.
¿Te asusta ser feliz?
(Fuente: «Fears of compassion and happiness in relation to alexithymia, mindfulness, and self-criticism». P. Gilbert et al., enPsychology and Psychotherapy, vol. 85, n.o 4, diciembre de 2012)
¿Te resulta difícil confiar en sentimientos positivos?, ¿sientes que tus buenas sensaciones nunca duran mucho tiempo?
¿Has sentido alguna vez que no mereces ser tan feliz?, ¿tu propio estado de bienestar te causa incomodidad o recelo ?
¿No confías en los sentimientos provocados por los logros o situaciones positivas, ¿piensas, cuando eres feliz, que nunca se sabe si caerá del cielo una desgracia?
¿Te preocupa que si te sientes bien, te pueda ocurrir algo malo?, ¿estás convencido que cuando uno se siente a gusto baja la guardia?
Parece una broma que alguien pueda tenerle miedo a ser feliz. Pero es más frecuente de lo que creemos. De hecho, si nos fijamos bien, es llamativo ver a personas que tienen todo un despliegue de recursos al alcance de su mano para ser felices pero, por algún extraño motivo se empeñan en no serlo. Al contrario, es de admirar que otras personas, teniendo el mundo en contra, han conseguido encontrar la autodeterminación para ser auténticamente felices. Y no, no hablo de narcisismo y felicidad superficial. Hablo de paz mental, de estar en equilibrio consigo mismo, con los demás, con la vida.
Personas con actitud de sacar partido a cada momento, porque es lo único que tienen para aferrarse a la vida. Lecciones reales de lo que una buena actitud y una mente bien orientada pueden hacer de nuestra vida.
«Me doy cuenta de que si fuera estable, prudente y estático, viviría en la muerte.
Por consiguiente, acepto la confusión, la incertidumbre, el miedo y los altibajos emocionales, porque ese es el precio que estoy dispuesto a pagar por una vida fluida, perpleja y excitante»
«Tiene miedo de morir porque aún no ha vivido» Franz Kafka
Encontró el error. Había estado ahí, delante de sus ojos. Tan obvio que era difícil reparar en él.
Siempre ocurre igual. El mismo miedo que le paralizaba, que le impedía hablar y pensar lógicamente. Que le hacía actuar conforme a la regla de mostrarse como un payaso. Era la persona más valiente que había conocido nunca, pero se sentía más cómodo en ese papel de cobarde fracasado que no tenía nada que demostrar.
Nunca lo reconocería en voz alta. Pero sentía como se desbocaba su corazón. Lo llevaba sintiendo desde hacía casi mil años. Ya formaba parte de él, pero ni siquiera con esas, se había acostumbrado.
Aunque nunca nadie lo sospechara, no era capaz de confraternizar con tantos miedos, incertidumbres y preocupaciones irracionales que, todavía a su edad, seguían pesando. Y lo que era aún peor, no era capaz de convivir con sus propias emociones.
Así que una vez más se ahogó con las palabras que siempre soñó decir, esperando el momento adecuado. Volviendo a dejar el tiempo en el aire. Una vez más.
Conocía de memoria sus sueños, sus deseos, sus ilusiones y sus esperanzas en el futuro.
Pero de un tiempo a esta parte eso ya no le servía como agua para regar la indolencia de su propia vida.
Seguiría siendo espectador. Siempre desde el deseo, desde las sombras, siempre detrás del telón, siempre desde lejos y en silencio… Estudiando todos los programas de ópera al dedillo, conociendo todas las melodías, empatizando con la vida de todos los personajes, pero jamás actuando.
Y todo porque en algún momento se convenció de su absurdo discurso repetitivo de que no podemos elegir nuestra vida. Se creyó sus propias excusas. Mantenerse en el drama de su mala suerte le permitía ser compasivo consigo mismo. Aunque de sobra aborrecía la compasión, sobrevivía a su costa.
Ese fue el error. Creerse su propio diálogo, por no ser capaz de escuchar explicaciones ajenas.
Como él, otros tantos, quienes se acomodan en el discurso de que no es posible alcanzar lo que uno desea y suelen tener una aversión irracional a ser felices.
Sufren de algo llamado querofobia. Término que procede de la palabra griega «chairo», que significa «me regocijo».
No son las actividades gratificantes en sí las que dan miedo, es algo así como el temor de que si te dejas llevar y eres feliz y despreocupado,algo terrible sucederá. O incluso, el convencimiento de que no se merecen ser felices.
No es más que el continuo autosabotaje: ser feliz les lleva a pensar que algo malo sucederá.
Pero algunos expertos médicos clasifican la querofobia como una forma de ansiedad y últimamente parece ponerse de manifiesto que este miedo a la felicidad presenta una alta correlación con la depresión, aunque pasa más desapercibido.
No obstante, aunque puede llevar tiempo, es posible vencer estos temores.
Identificar este temor y superarlo mediante terapias específicas podría constituir un primer paso fundamental para alcanzar un poco de bienestar mental y social.
Por fin ha llegado el día «D». Ha llegado la hora y el momento del que tanto has oído hablar estos dos últimos años.
¿Qué podría decirte en cuestión de minutos que no te haya dicho ya este último mes? ¿Algo que te ayudara un poco más que un simple «mucha suerte»? Cuando además confío plenamente en que tu capacidad no la necesitará.
Allá voy. Haré lo que pueda. Todos te desearán mucha suerte. Yo además, te deseo que te pongas un poquito nervioso. Y no, no me he vuelto loca.
Lo llaman examen. Pero cuando no te juegas absolutamente nada más allá del tiempo y el esfuerzo realizado (a base de mucho sacrificio) prefieres vivirlo como un desafío.
Así que por un momento, pongamos que mañana no te juegas nada. Llámalo reto. Objetivo. Adrenalina. Competición contra ti mismo. Competencia. Superación. Dominio.
Pronuncia varias veces estas palabras en voz alta. Repítelas una y otra vez. Grítalas. Memorízalas. Hazte con ellas. Te prometo que cambiarán tu forma de ver el día de mañana y tu motivación.
Sentirás que empieza a desaparecer el miedo y sentirás cierto orgullo. Se le llama adrenalina. Y la huida y el bloqueo que habitualmente genera el miedo, pasará a convertirse en fuerza. Así que, a tope de adrenalina.